Silvia Abascal

Lo he escrito en varias ocasiones: lo que más me gusta de mi profesión es la posibilidad que me ofrece de conocer -incluso de llegar a crear una amistad- a gente a la que admiro. Y he conocido a mucha, afortunadamente. He sentido a menudo muchos nervios, ansiedad, agitacion, ilusión... Como la primera vez que entrevisté a Alfredo Kraus, a Marío Vargas Llosa, a Mikhail Baryshnikov... Pero no recuerdo haber sentido tanta emoción como este martes, cuando me reencontré con Silvia Abascal, una mujer por la que siento un afecto especial, que sé que muchos de vosotros compartís.

De Silvia Abascal admiré primero su belleza; pocas mujeres he visto tan guapas como ella, con una mirada diamantinamente sonriente. Después la admiré por su trabajo como actriz, especialmente en dos montajes teatrales: «Historia de una vida» y «Días de vino y rosas». ambos dirigidos por Tamzin Townsend. Y finalmente la admiré al leer su libro «Todo un viaje», en el que narraba su proceso de recuperación tras el ictus que sufrió hace cerca de dos años y medio. A través de sus páginas, primorosamente escritas, se descubría el sufrimiento y la angustia, pero también la voluntad, la fortaleza, la perseverancia, que le han llevado a superar casi totalmente el percance.

Hace unos meses, con motivo de la publicación del libro, la entrevisté por correo electrónico -una fórmula que detesto, pero comprendí que era la mejor manera-; tenía el deseo de volver a trabajar, pero también sabía que en sus circunstancias (sufre, como consecuencia del ictus, una molesta hiperacusia) tenía que esperar. «Si no puedo volver actuar, iniciaré otro camino».

En la entrevista, como en las páginas del libro, Silvia Abascal se muestra como una mujer de una prudencia y una entereza admirables. Tiene la cabeza muy bien amueblada. El otro día -era un acto de la firma Rochas-, me alegró notar su entusiasmo al decirnos a los periodistas que estaba ya estudiando proyectos -hace unos meses ni se lo planteaba- y que esperaba volver al cine en 2014.

De Silvia admiro ahora también su dulzura y su simpatía. Durante estos dos años y medio, nos hemos cruzado varios correos electrónicos. Ella me tenía al tanto (sin entrar en detalles, porque no tenemos suficiente intimidad) de su evolución y, cuando yo sufrí otro ictus (infinitamente más leve que el suyo, me da vergüenza compararlos) le contaba mis progresos. El martes fue conmigo cariñosísima y encantadora. Cuando me descubrió entre las cabezas de los fotógrafos que la retrataban, me saludó, y cuando nos acercamos los plumillas me preguntó enseguida cómo estaba. En la entrevista, necesariamente breve y superficial, derrochó simpatía, encanto y amabilidad. Y al concluir, de nuevo palabras preocupadas. «¿Estás bien, entonces? ¿Trabajando ya normalmente?»

Definitivamente, hay muchos motivos para admirar a Silvia Abascal. Ahora me apetece sobre todo volver a admirarla encima de un escenario. Estoy deseándolo.

La foto es de mi amigo Ernesto Agudo. Silvia está muy delgada, pero igual de guapa y radiante que siempre

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