Cerda, de Juan Mairena, en La casa de la portera
He vuelto a La Casa de la Portera para ver de nuevo «Cerda», una obra escrita y dirigida por Juan Mairena. Hablé brevemente sobre ella tras asistir a un ensayo general. Estoy, de alguna manera, implicado en esta función, en la que mi sobrino Pablo es ayudante de dirección y coreógrafo, pero sería muy injusto para con el autor y los actores si, por pudor, no escribiera sobre lo que considero, familiaridades aparte, un trabajo más que espléndido. No soy el único que lo piensa, además. Así que aquí va mi opinión sincera sobre la función.
Hay que decir, en primer lugar, que «Cerda» es una comedia disparatada y muy divertida, en la que su autor, Juan Mairena, ha encerrado su vergüenza bajo llave para escribir un texto libérrimo, que es al tiempo irreverente, atrevido, punzante y deslenguado. Los diálogos absurdos y surrealistas se suceden; también lo son los personajes, miembros de un singular convento dedicado al santo Membrillo y gobernado por una madre superiora autoritaria y dominante y que, en una vuelta de tuerca al absurdo, fue madre de la cerda que da título a la función.
Pero no se queda solo la obra en la risa -que ya de por sí sería suficiente-, sino que en «Cerda» subyacen amargas historias de identidades, de infancias robadas, de sumisión, de ausencias y de silencios, que encuentran forma en una peripecia con aroma policíaco, tensada al máximo y bordeando el esperpento. El número de arranque, con la disparatada letanía recetaria y la desenfadada coreografía sobre la música de Madonna marcan el tono, seguido con un buen ritmo a lo largo de la función.
También es un acierto la elección del reparto, en el que destaca, sobre todo, Inma Cuevas, una magnética actriz en constante crecimiento (pronto hablaré otra vez de ella por su trabajo en el espléndido «Macbeth» de La pensión de las pulgas); en «Cerda» llena su conmovedora monja con infinidad de matices y colores, siempre justos. Dolly, por su parte, le otorga su imponente personalidad a la madre superiora del convento, llevada al terreno donde se encuentra más cómodo. Completan el reparto con trabajos notables, David Aramburu, Soledad Rosales y María Velesar.
Hay que decir, en primer lugar, que «Cerda» es una comedia disparatada y muy divertida, en la que su autor, Juan Mairena, ha encerrado su vergüenza bajo llave para escribir un texto libérrimo, que es al tiempo irreverente, atrevido, punzante y deslenguado. Los diálogos absurdos y surrealistas se suceden; también lo son los personajes, miembros de un singular convento dedicado al santo Membrillo y gobernado por una madre superiora autoritaria y dominante y que, en una vuelta de tuerca al absurdo, fue madre de la cerda que da título a la función.
Pero no se queda solo la obra en la risa -que ya de por sí sería suficiente-, sino que en «Cerda» subyacen amargas historias de identidades, de infancias robadas, de sumisión, de ausencias y de silencios, que encuentran forma en una peripecia con aroma policíaco, tensada al máximo y bordeando el esperpento. El número de arranque, con la disparatada letanía recetaria y la desenfadada coreografía sobre la música de Madonna marcan el tono, seguido con un buen ritmo a lo largo de la función.
También es un acierto la elección del reparto, en el que destaca, sobre todo, Inma Cuevas, una magnética actriz en constante crecimiento (pronto hablaré otra vez de ella por su trabajo en el espléndido «Macbeth» de La pensión de las pulgas); en «Cerda» llena su conmovedora monja con infinidad de matices y colores, siempre justos. Dolly, por su parte, le otorga su imponente personalidad a la madre superiora del convento, llevada al terreno donde se encuentra más cómodo. Completan el reparto con trabajos notables, David Aramburu, Soledad Rosales y María Velesar.
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