Cena con amigos
Me gusta El Sol de York. Es una sala acogedora, que respira amor al teatro. Y me encantó, el domingo, verla completamente llena (incluso con overbooking, me reconoció uno de sus responsables, Javier Ortiz) para asistir a la última función de «Cena con amigos»; se trata de una obra escrita por Donald Margulies en 1998 -obtuvo el premio Pulitzer en 2000- que ha adaptado y dirigido Daniel Veronese. Es extraño -y al mismo tiempo reconfortante- que un peso pesado de la dramaturgia argentina se asocie a una compañia modesta (Gloria López Producciones) y a una sala como El Sol de York, pero demuestra que en el teatro existen impredecibles vasos comunicantes; fue el empeño de la propia Gloria López, según he leído, el que ha conseguido tan ilustre colaboración. Hay que aplaudir la ambición de compañías como ésta, que buscan la excelencia y el crecimiento artístico con trabajos de calidad.
«Cena con amigos» es uno de esos textos que respiran cotidianeidad, muy en la línea del mejor Woody Allen. Sus diálogos son naturales y sus personajes perfectamente reconocibles: gente corriente, sin otro interés (que no es poco) que su normalidad. Margulies tira a los espectadores una madeja con forma de dos parejas de lo que se denomina «mediana edad». La repentina e inesperada separación de una de ellas es el hilo del que el autor va tirando para que la el ovillo se vaya desenredando dejando a la luz situaciones y circunstancias hasta entonces escondidas. La función es, en este sentido, una larga fila de fichas de dominó que van cayendo consecutivamente. Aparentemente, no pasa nada especial. Pero pasan tantas cosas...
Veronese domina estas situaciones cotidianas y este «teatro de la nada», donde el texto es un iceberg que esconde todo un universo. Pero el montaje, necesariamente desnudo y entusiasta pero discretamente interpretado (en mi opinión), no termina de arrancar, lastrado por su ritmo, que rompen los cambios de escena morosos -fiel a la costumbre argentina, sin música ninguna- y fríos.
«Cena con amigos» es uno de esos textos que respiran cotidianeidad, muy en la línea del mejor Woody Allen. Sus diálogos son naturales y sus personajes perfectamente reconocibles: gente corriente, sin otro interés (que no es poco) que su normalidad. Margulies tira a los espectadores una madeja con forma de dos parejas de lo que se denomina «mediana edad». La repentina e inesperada separación de una de ellas es el hilo del que el autor va tirando para que la el ovillo se vaya desenredando dejando a la luz situaciones y circunstancias hasta entonces escondidas. La función es, en este sentido, una larga fila de fichas de dominó que van cayendo consecutivamente. Aparentemente, no pasa nada especial. Pero pasan tantas cosas...
Veronese domina estas situaciones cotidianas y este «teatro de la nada», donde el texto es un iceberg que esconde todo un universo. Pero el montaje, necesariamente desnudo y entusiasta pero discretamente interpretado (en mi opinión), no termina de arrancar, lastrado por su ritmo, que rompen los cambios de escena morosos -fiel a la costumbre argentina, sin música ninguna- y fríos.
Comentarios
Publicar un comentario