Los montajes del año 2013

En estos tiempos de internet, se han puesto de moda los top ten; parecería que es obligatorio, en los últimos días del año, hacer listas con lo mejor o lo peor. En 2012 elaboré la mía, y ahora repito. Escribí entonces: «Son, a mi juicio, los diez montajes teatrales más destacables de este año. Me resisto a utilizar la palabra mejores, porque los términos absolutos, en las artes escénicas, deberían estar desterrados. Aquí están los diez que, de alguna u otra manera, más me han impresionado este año que está a punto de terminar. Elegirlos es una manera de ser injustos con otros trabajos en los que también he disfrutado; es una lista personal y arbitraria, con la que no pretendo que estéis de acuerdo. No están todos los que son, pero sí son todos los que están». No tengo nada más que decir, salvo que varios proceden de ese circuito que yo denomino teatro subterráneo, y que se está convirtiendo en una fuente inagotable de creación teatral en Madrid.


«El intérprete»

No conozco a nadie que haya visto «El intérprete» y no haya quedado hipnotizado y seducido por Asier Etxeandía, un animal escénico en el mejor sentido de la palabra. El intérprete no es una función de teatro, no es un recital... Es ambas cosas, pero es, sobre todo, un espectáculo arrasador, violentamente emotivo y cautivador. Escribí en abril, tras verlo en La Latina: «"El intérprete" es un término que se queda corto para definir a Asier Etxeandía, que sobre el escenariose presenta como un artista poliédrico: arrollador, felino, dulce, cavernoso, afilado, arañador, irreverente, travieso, divertido, ocurrente, brillante, agotador, explosivo, magnético, punzante... Casi todos los adjetivos (menos los sinónimos de soso, aburrido o convencional) le cuadran. Su interpretación atraviesa la piel de los espectadores como un cuchillo y es a la vez un gancho que les saca las emociones: el patio de butacas es en muchos momentos una incontenible fiesta con todo el público bailando a su ritmo, contagiados por su energía». En una palabra: alucinante.  


«Las heridas del viento»

En el hall del Lara nació hace unos años -allí la vi yo- La función por hacer, de Miguel del Arco, y en ese mismo espacio -incómodo y poco convencional- se presenta -si no lo habéis visto, os recomiendo que no os lo perdáis- Las heridas del viento, escrita y dirigida por Juan Carlos Rubio, y con dos magníficas interpretaciones de Kiti Manver y Daniel Muriel. Esto es lo que escribí hace dos meses: «"Las heridas del viento" es un texto acibarado, desazonado. Sus frases son una comezón que los dos personajes tratan de aliviar mientras libran un extraño y particular combate. David trata de encontrar respuestas y Juan tiene la llave de un pasado oscuro y aparentemente turbio; un pasado que es, en realidad, una triste y conmovedora historia de amor que encoge el estómago y el corazón de los espectadores. Juan Carlos Rubio dirige un espectáculo de una desnuda belleza, cargado de eléctrica sensibilidad, lleno de pequeños detalles que encuentran en el hall del Lara su marco perfecto. Son cómplices los dos intérpretes. Dani Muriel, lo he dicho en otras ocasiones, es un admirable actor con un gran talento. El suyo es un David atormentado, confundido y ávido de saber; es firme y dulce al tiempo. Kiti Manver encarna a Juan, un homosexual maduro que esconde muchos secretos. Su interpretación es literalmente sobrecogedora, sincera; su Juan patético, anhelante e inspirador de lástima, y todo ello dentro de un comprometido corsé masculino al que brinda su sensibilidad sin amaneramiento»


«Dos Ninas para un Chéjov»

La Casa de la Portera se ha convertido en apenas un par de años en uno de los referentes del teatro subterráneo madrileño. Al calor de la intimidad, sus espectadores pueden vivir experiencias teatrales verdaderamente extraordinarias. Como la que viví yo viendo Dos Ninas para un Chéjov, un texto de María García de Oteyza y Rocío Literas, e interpretada por Miriam Montilla y Andrea Trepat, una función desnuda, sencilla hasta el extremo, que es un conmovedor y despojado canto de amor al teatro y al ser humano. «La función -escribí a principios de noviembre- encuentra en la intimidad y la complicidad de La Casa de la Portera su marco ideal. Dura apenas tres cuartos de hora; no hace falta más. Nos da tiempo más que suficiente para que conozcamos a las dos mujeres, para que empaticemos con ellas y, finalmente, para que nos encariñemos de las dos, porque en cada una hay un poquito de nosotros; de quienes somos y de quienes pudimos ser. Miriam Montilla, una actriz mayúscula a la que le sientan muy bien las distancias cortas, le regala la serenidad de su mirada, grisácea y melancólica, a la Nina veterana y ofrece un trabajo matizado y admirable. El rostro de Andrea Trepat, por su parte, está iluminado por el brillo de la ilusión; sus desordenados monólogos están dibujados con abundantes pinceladas de color, y hasta se diría que se escucha su latir acelerado. Ambas son la cara y la cruz de una misma moneda, las arrugas vividas y por vivir de una actriz».


«El crédito»

He visto varias funciones de Jordi Galcerán y no me ha defraudado ninguna. Es un autor ingenioso, imaginativo, dominador de la siempre difícil arquitectura teatral y poseedor de una habilidad envidiable para dialogar. Conoce, además, la clave para mantener la atención y sorprender al espectador, y sus personajes son vivos y reales. Todas estas virtudes las tiene «El crédito», una obra que se estrenó en septiembre dirigida por Gerardo Vera, con dos interpretaciones soberbias de Carlos Hipólito y Luis Merlo. Estas fueron algunas de mis palabras tras ver la función: «Gerardo Vera, avezado lobo de mar de nuestra escena, plantea una inteligente puesta en escena: limpia, llana, bien subrayada por la música y las luces, y siempre a favor del texto y de la interpretación. Para hablar de Carlos Hipólito habría que utilizar siempre mayúsculas. Como me parece algo incómodo para el lector, prefiero ponerme de pie y escribir de él en esta postura. Si hay alguna errata es por eso, disculpadme. Carlos (para quienes no le conozcan, una persona de esas que te llevarías a casa, que de divo tiene la zeta; es decir, nada) posee la rara facultad de conseguir que parezca que los personajes que interpreta los han escrito para él. Luis Merlo siempre me ha parecido un soberbio actor; y hay que serlo para dar la réplica y mantener el listón de la tensión siempre alto. Su pedigüeño es un hombre ingenioso, aparentemente seguro y lleno de misterios, y él dibuja cada doblez con la comicidad justa»


«Fuegos»

Fuí por primera vez al Festival de Mérida hace más de veinticinco años, y desde entonces he acudido con asiduidad. Me gusta mucho el teatro romano, entorno magnífico para piezas como «Fuegos», una suerte de cuarteto de cámara para cuatro actrices -Carmen Machi, Nathalie Poza, Cayetana Guillén Cuervo y Ana Torrent-, compuesto y dirigido por José María Pou a partir de los textos de Marguerite Yourcenar. «José María Pou -escribí en julio- ha creado un espectáculo íntimo, que adquiere un efecto susurrante en la imponente del teatro Romano de Mérida (estúpida y despiadadamente asaeteada por los flashes de un puñado de maleducados espectadores). Apoyado en una minimalista escenografía de Sebastià Brossa, en un brillantemente sencillo vestuario de Lorenzo Caprile y, sobre todo, en la envolvente iluminación de Miguel Ángel Camacho, deja todo el protagonismo al hermosísimo texto y a la interpretación de las actrices, un afinado cuarteto de cámara en el que es imposible destacar un instrumento. Carmen Machi exige el dolor de Yourcenar desde el tono grave de su voz y la derrota de su mirada. Y Cayetana Guillén Cuervo, Nathalie Poza y Ana Torrent desgarran su desesperación sin excesos; sus actuaciones nacen de las entrañas, y sus personajes lo agradecen. Les ayuda, claro, un texto extraordinariamente sabroso que a buen seguro muchos de los espectadores (el público ovacionó la obra puesto en pie) hubieran querido escuchar nuevamente».


«Diario de un loco»

El festival Fringe de Madrid tiene una corta vida, pero se ha convertido en una magnífica alternativa para el (mucho) público que se queda en la capital en verano. Este año se ha celebrado en el Matadero, uno de los lugares de ocio y cultura más atractivos que hay en Madrid. Y en él sus responsables se inventaron un sugerente espacio en los tejados, donde estrenaron el «Diario de un loco», de Gogol, un emocionante monólogo interpretado por José Luis García Pérez bajo la dirección de Luis Luque. En el anochecer madrileño, la función tenía una extraordinaria magia que subrayaba la belleza y profundidad del texto. Esto es lo que escribí: «José Luis García Pérez, un actor poderoso y brillante, brinda una interpretación llena de colores, de matices, cercana, y es fácil empatizar con su personaje; con sus ambiciones cotidianas, con su extraña lógica, con sus absurdas deducciones, con su amor imposible y finalmente con su incomprendido sufrimiento, que deja en el espectador un nudo en la garganta de difícil trago. Luque le acompaña limpiando con cuidado las piedras y guijarros que se puedan encontrar en el camino, y dándole ritmo a las palabras de Gogol».


«El cojo de Inishmaan»

Acaba de llegar a la cartelera, pero me ha parecido, por muchas razones, uno de los grandes montajes del año; principalmente por su texto, excepcional y sorprendente. Me refiero a «El cojo de Inishmaan», de Martin McDonagh, que se representa en el Español y que alberga algunas interpretaciones -principalmente las de Irene Escolar y Ferrán Vilajosana. Hace solo unos días que publiqué mi comentario, en el que decía, entre otras cosas: «"El cojo de Inishmaan" es una comedia hirientemente divertida, con un humor áspero y unos personajes tan fascinantes como umbríos y llenos de dobleces: crueles, violentos, simples, desquiciados, mezquinos... Todos mueven a la compasión. Son personajes hasta cierto punto valleinclanescos, deformados por los espejos de un callejón del gato irlandés. Y en medio de todos ellos, Billy el Cojo, el único capaz de soñar un horizonte, de ver con lucidez la decepcionante monotonía de su vida y de su entorno. Todos se burlan de él porque es un tullido y camina arrastrando los pies, sin darse cuenta que su minusvalía es aun mayor porque lo que arrastran en su camino es el alma».


«Emilia»

En Avilés, junto a mi compañera y entrañable amiga Rosana Torres (desde aquí le mando un emocionado abrazo), asistí a principios de octubre al estreno de la producción española de «Emilia», de Claudio Tolcachir. Estrenada unos meses antes en Buenos Aires, ha sido la primera vez que el joven autor y director argentino -todo un fenómeno gracias a obras como «La omisión de la familia Coleman» o «El viento en un violín»- trabajaba una obra suya con actores españoles. El resultado es extraordinario, como se podrá comprobar en enero en los teatros del Canal. «Emilia» es una pieza conmovedora y con un final desasosegante, y está interpretada con mimo y calidad. «Es una función que empieza desmadejada y poco a poco se va levantando -escribí-; como un puzzle desbaratado y que encuentra sentido cuando se encaja una de las piezas. Está llena de sutilezas, de puertas abiertas, de rincones oscuros, que abre las mentes y los interrogantes de los espectadores, y sacude sus emociones. En buena parte por la interpretación, que también lleva el sello de Tolcachir: sinceridad y organicidad. Gloria Muñoz (una actriz magnética, a la que es imposible no mirar incluso cuando se encuentra en escena en un segundo plano) encabeza un elenco admirable y emocionante: Alfonso Lara, Malena Alterio, David Castillo y Daniel Grao. Una función emocionante».


«Muda»

También de Argentina, y con el mismo lenguaje teatral que Tolcachir, viene Pablo Messiez, otro autor-director con un talento extraordinario que se ha afincado en España y nos ha dejado ya varias obras conmovedoras. Una de ellas es «Muda», ejemplo de poesía teatral alojada en historias cotidianas y en personajes que son capaces de provocar con igual facilidad la lágrima y la sonrisa. Y con magníficos actores (sobre todo la descomunal Fernanda Orazi). Sobre la obra escribí: «"Muda" es un ejemplo perfecto de teatro pequeño, simple, cotidiano... De teatro de sala de estar (ahí me la imagino idealmente representada) Tres actores, apenas cuatro o cinco elementos escenográficos, y una bella historia de afectos, soledades, ausencias, abandonos. La mejor virtud de Pablo Messiez es la poesía que deposita en sus textos, en sus personajes. Una poesía natural, desprovista de afectación, que se posa en los espectadores como una lluvia fina y refrescante. Una poesía que acaricia -y en ocasiones araña- desde su simplicidad; una poesía dicha por personajes derrotados, rotos, pero con una luz de esperanza brillando en sus vidas. Una luz de amanecer, tibia y frágil, pero que se adivina creciente».


«Return»

Hace tiempo que sigo a Chevi Muraday, uno de los más interesantes creadores de nuestra danza, poseedor de un lenguaje coreográfico singular y seductor. En «Return» ha unido sus fuerzas a una de las actrices más atractivas y seductoras de nuestro cine (al menos a mí me lo parece): Marta Etura. Es una propuesta arriesgada, sobre todo para ella, porque se presentaba hablando un lenguaje al que no nos tiene acostumbrado: la danza. El resultado es poderoso, cautivador. Esto es lo que escribí sobre esta pieza de teatro-danza: «Las relaciones de pareja, ese complejo e inabarcable universo, son el hilo conductor de esta pieza, que pasa del alborozo a la angustia, del desprecio a la esperanza, en un lienzo lleno de colores, de sentimientos, de expresiones.»Chevi Muraday ha tratado con mucho mimo a su pareja (como coreógrafo y como partenaire, siempre atento a que ella se luzca), pero no ha sido compasivo, porque el baile de Marta Etura es exigente, y ella lo ataca con valentía y sin reservas. No separa a la actriz de la bailarina, y logra momentos conmovedores y de gran belleza y altura expresiva. También él brilla con ese movimiento tan personal, un baile quebrado y abstracto que es el santo y seña de un extraordinario bailarín».

Y no quiero dejar de mencionar otro puñado de montajes que también me sedujeron y que me ha costado mucho dejar fuera de la lista: «Masterclass», de Terrence McNally, con una prodigiosa Norma Aleandro; «MBIG», la impactante versión del «Macbeth» shakespeariano, que ha realizado José Martret, y con la que se ha inaugurado La Pensión de las Pulgas; «A cielo abierto», de David Hare, con José María Pou y Nathalie Poza; la magnética «Antígona» de Rubén Ochandiano, a partir del texto de Jean Anouilh; la sorprendente y vitalista «La llamada», de los jóvenes Javier Ambrossi y Javier Calvo. Y más: «Maridos y mujeres»«Esperando a Godot»«La verdad sospechosa»«Nada tras la puerta»... 

Y dejo un párrafo aparte para «Cerda», de Juan Mairena, un montaje con el que, por razones familiares, estoy vinculado sentimentalmente, pero que, y soy lo más objetivo que puedo, es un ejemplo de teatro fresco, descarado, imaginativo y desacomplejado; un montaje fantástico y más que recomendable.

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