Sister Act

La vida es muy generosa conmigo, y muchas personas también. Gracias a esa generosidad he podido viajar a Londres (una ciudad que cada vez me gusta más) y ver el regreso del Ballet Nacional de España al Coliseum (un teatro deslumbrante, muy inglés) y el musical Sister Act. De aquél hablaré otro día. Hoy toca esa función que se puede ver en el London Palladium y que recomiendo a todos aquellos a quienes guste el gran espectáculo.
Y es que sigo escuchando a menudo una frase -"A mi no me gustan los musicales"- que puedo comprender, aunque estoy convencido de que a menudo es una postura esnobista. A mí los malos musicales tampoco me gustan, como no me gustan los malos monólogos, las malas funciones de teatro clásico o los malos montajes de Shakespeare.
Sister Act es un magnífico, un soberbio espectáculo, que además cumple lo que promete y responde a las expectativas del público: lo entretiene, lo divierte, lo emociona... Es una botella de champán que estalla y de la que beben todos los espectadores envueltos en las serpentinas de la música y el texto; no es un vino añejo que se haya de degustar con calma y sabiduría. No tiene unas canciones que vayan a pasar a la historia de la música contemporánea, pero el corazón late a su ritmo durante toda la función y poseen el sello (su teatralidad, sus colores, su intensidad) de uno de los grandes del cine y el teatro musicales: Alan Menken. Una actriz y cantante absolutamente excepcional, Patina Miller, ilumina el escenario desde el principio, con una voz apabullante y una energía arrolladora. El libreto (está basado en la película del mismo título que protagonizó Whoopi Goldberg) es entretenido e ingenioso, las coreografías inteligentes y dinámicas... La escenografía funciona como un reloj suizo y es impactante. Lo dicho: un espectáculo que hace que el espectador salga del teatro feliz y con el ánimo salpicado de lentejuelas. Ya lo dijo Sondheim (de rodillas, que diría mi amigo José María Pou): "Tragedia, mañana; comedia, esta noche".