«El alcalde de Zalamea», con Carmelo Gómez, en el Teatro de la Comedia


La reapertura del teatro de La Comedia puede considerarse un felicísimo acontecimiento para nuestro teatro; supone recuperar un escenario emblemático que ha acogido importantese históricos estrenos -y lo que no son estrenos: allí se constituyó la Falange española-, que es desde 1986 la sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y que permanecía cerrado desde hace más de trece años. 

Se ha alzado el telón a lo grande, además: con una de las obras capitales de la historia del teatro español: «El alcalde de Zalamea», de Calderón de la Barca, en una producción tan admirable como modélica, dirigida por Helena Pimenta, y que ilumina la manera de afrontar el repertorio clásico, al tiempo con modernidad, rigor, respeto y profundidad.

Que «El alcalde de Zalamea» es un imponente monumento teatral es algo sabido y publicado. También que Pedro Crespo es uno de los más enormes y complejos personajes del repertorio. Carmelo Gómez, su intérprete, nos decía a Esther Alvarado y a mí, unos días antes del estreno, que es un hombre íntegro y fiel a sí mismo, y que él encontraba ecos de Pedro Crespo en algunos hombres de su tierra, León.

Pero si Pedro Crespo es un personaje gigantesco, no lo son menos su hija, Isabel, o Don Lope de Figueroa, por poner solo dos ejemplos en el texto. Son los tres personajes teñidos por el ocre de la tierra que pisan y trabajan, curtidos, vigorosos y recios, con las ideas enraizadas en sus cabezas y sus corazones.

Helena Pimenta ha convertido el escenario en un sobrio frontón, símbolo tal vez de la firmeza de las convicciones del protagonista, en las que se estrellan una y otra vez quienes pretenden que las tuerza y las modifique. En ese marco desarrolla su puesta en escena, tan brillante como perfumada; es una función que se ve y se escucha, sí, pero que también se huele, se toca y se saborea. Para gozar con los cinco sentidos. Y en la que la palabra de Calderón es la protagonista absoluto y se deja oír con claridad gracias a la versión de Álvaro Tato.

Me atrevería a decir que hay un antes y un después de la encarnación del personaje de Pedro Crespo por Carmelo Gómez. No solo por su penetrante retrato del alcalde, sino por la riqueza de matices e inflexiones vocales con que lo dibuja. Me cuesta dejar fuera de este comentario a uno solo de los intérpretes de la, repito, ejemplar función, pero concentraré el elogio en la conmovedora y maravillosamente juvenil Isabel de Nuria Gallardo (su mérito es enorme); al poderoso y dignísimo Don Lope de Joaquín Notario, al arrebatado capitán Don Álvaro de Jesús Noguero, y al atormentado Juan de Rafa Castejón.  

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