Blanca Marsillach y «Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?»



Juan Carlos Pérez de la Fuente, director del Teatro Español, la llama «la tanqueta», tal es la insistencia con la que pelea por lograr aquello que quiere. Y es que Blanca Marsillach es lo que el tópico definiría como una mujer «inasequible al desaliento». Es capaz, estoy seguro, de escalar el Himalaya si de ello depende la posibilidad de sacar adelante un proyecto

El último en el que se ha embarcado es la puesta en marcha (su sueño es que tenga continuidad) de una compañía de integración en que actores con y sin discapacidad convivan; al fin y al cabo, el teatro es un reflejo de la vida, y en ella nos encontramos a personas con y sin discapacidad compartiendo el mismo espacio. Miriam Fernández, una de las actrices que participa en este proyecto, y que nació con una parálisis cerebral que le impide andar, me lo decía hace unos meses: «Si en la calle nos encontramos a diario con personas discapacitadas, ¿por qué no nos las vamos a encontrar en el teatro? No hace falta que interpretemos a discapacitados».

Durante un par de semanas, el teatro Fernán-Gómez ha acogido un singular montaje de la emblemática obra de Adolfo Marsillach «Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?». Blanca idolatra, como haría cualquier hija, a su padre, una de las figuras fundamentales del teatro español del siglo XX. Le admira, le recuerda, le venera y, en cuanto puede, trata de que su memoria siga presente en la escena española. Este montaje quiere ser también un homenaje a él. Todo lo que hace Blanca, me da la sensación, tiene una única intención: que, esté donde esté, Adolfo Marsillach se sienta orgulloso de su hija.

La función es una delicia. El montaje, originalmente dirigido por Darío Facal, desdobla a la pareja protagonista: dos actores la interpretan en su juventud, otros dos en la madurez, y otros dos (estos sin discapacidad) se encargan del resto de personajes que aparecen en la función. En el texto original, que se estrenó en 1981, interpretado por Concha Velasco y José Sacristán, son dos actores los que encarnan a todos los personajes. Sencillez y naturalidad son las principales características del montaje, en el que se ha acortado el texto, que sigue llegando al corazón de los espectadores con una historia de amor llena de ternura y unos personajes siempre cercanos y adorables. Adam Jezierski, Silvia Marty, Adela Estévez, Antonio Lagar, Miriam Fernández y Juan Carlos Mestre, cada uno desde su nivel, defienden sus personajes con sinceridad.

He tenido la oportunidad de tratar mucho a Blanca en los últimos años, y me parece una mujer admirable por muchos motivos. Por capacidad de trabajo y su empeño en crear iniciativas con las que abrir nuevas vías para llevar el teatro a distintos colectivos y realizar una labor social y educativa a través de las tablas. Por su insistencia, por su incansable implicación en los proyectos, que defiende tanto delante de los posibles patrocinadores como de la prensa. Por su incansable defensa de lo que cree que es justo. Por su amor al teatro.

Blanca es una mujer dulce, en cierta medida ingenua, casi infantil en su confianza, que es mirada a menudo con muchos prejuicios dentro del ambiente teatral, que creen que una persona como ella tiene mucho ganado llevando el apellido que ella porta. Y no me cabe duda de que ser una Marsillach le ha abierto más de una puerta, pero también que le ha supuesto un peso que le causó no pocos problemas en el pasado, que ha sabido superar. Blanca exhibe orgullosa y sabedora de su responsabilidad el apellido, y mientras espera que llegue el momento de subirse nuevamente a las tablas como actriz -algo que echa de menos-, sigue empeñada en sacar adelante, sea como sea, los proyectos que ha puesto en marcha. 


La foto es de mi amigo Ernesto Agudo

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