Paco de Lucía

Hace muchísimos años -era yo un niño-, un amigo de mi padre, sabedor de mi afición a la música, se presentó en nuestra casa con un regalo para mí: era un disco de un joven guitarrista. En la portada, en un oscuro color sepia, aparecía su fotografía y el título: «Fuente y caudal». El disco, además, estaba dedicado: «A Julito. Paco de Lucía». Yo jamás había oido hablar de aquel guitarrista serio y de mirada perdida. El amigo de mi padre -se llamaba Enrique Massoni, y hace tiempo que perdí su pista- vivía en Palafrugell, en Gerona, y me parece recordar que nos habló de él como de un músico flamenco que destacaba en los tablaos y salas de fiesta de la Costa Brava. Le admiraba que, sin saber leer música, fuera un intérprete de tanta calidad. Pero no sé si eso pertenece al recuerdo o lo fue creando con el tiempo mi fantasía.

Sí sé que aquel disco, no sé bien por qué, me fascinó. Yo, entonces, estudiaba solfeo y empezaba a interesarme por la música clásica -sí, fui un niño de gustos raros-, y el flamenco no me interesaba para nada. Como a casi nadie; el flamenco era entonces una música para turistas y aficionados, y desde luego algo menor, no tenía ni mucho menos la consideración artística que tiene ahora. Pero había algo en aquel disco que me llamó la atención. Y por eso casi cuarenta años después, sigo recordando el momento en el que Enrique Massoni me regaló aquel disco -en el salón del apartamento que mis padres tenían en Playa de Aro- y aquel disco, que no sé dónde tendré.

Tuvieron que pasar muchos años para que yo empezara a apreciar el genio de Paco de Lucía, uno de los personajes que más lamento no haber podido entrevistar. No le conocí. Tuve ocasión de saludarle en su camerino hace unos años, tras un concierto privado en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid. Me llevó allí mi buena amiga Mariana Gyalui, y estaba con él Javier Limón. Él y Sara Baras son las dos personas que me hicieron descubrir la verdadera trascendencia de Paco de Lucía en el flamenco. Los dos le llamaban El Maestro; se les llenaba la boca al decir ese calificativo. Para Javier Limón -que produjo hace diez años «Cositas buenas», el último disco de estudio del guitarrista-, era un referente; el referente. En una entrevista publicada en 2005, me dijo: «Paco es para mí como Picasso, un artista de una dimensión extraordinaria, el heredero de Falla, Turina o Albéniz; el gran músico español. Los músicos clásicos deberían escuchar más a Paco de Lucía, se sorprenderían. Y es, por si eso fuera poco, el mejor intérprete de guitarra, un instrumento que toca mucha gente» 

A Sara Baras se le iluminaba la cara cada vez que hablaba de Paco de Lucía. Era una esponja que absorbía toda la sabiduría que tenía para ofrecer el guitarrista. Recuerdo una cena con ella en Nueva York, durante el Flamenco Festival de 2007 (de la fecha no estoy seguro). Fuimos a un restaurante italiano en la Séptima Avenida, muy cercano al Carnegie Hall, donde había tocado Paco días antes. Habían cenado en aquel mismo restaurante. Ella llevaba (o quizás era alguno de sus acompañantes) una camiseta con la cara del músico. Y durante prácticamente toda la cena estuvo Sara hablando, hechizada y seducida, de Paco, de El Maestro. Toda la conversación giró en torno a él.

He aprendido a oir a Paco de Lucía gracias a personas como Javier Limón y Sara Baras. Me enamoró su música para la película «Montoyas y Tarantos», y el disco «Ziryab», en el que estaban muchas de las melodías del filme. Me maravilló esa única vez que le pude ver en directo. Son muchos quienes hablarán estos días de su trascendencia y su papel en la historia de la música y del flamenco. Yo me quedo con la imagen en color sepia de la portada de un disco que llamó la atención de un niño.


La imagen es del concierto que Paco de Lucía ofreció en el festival de Granada del año pasado. La firma Ruiz de Almodóvar

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