Asesinas de vodevil


Los autores de «Chicago», el musical que acaba de encenderse en la Gran Vía madrileña, lo dejan claro desde el principio, cuando uno de los bailarines anuncia al público que está a punto de ver una historia de «crimen, codicia, corrupción, violencia, explotación, adulterio y traición».
Y es que, efectivamente, todo eso es «Chicago», uno de los grandes títulos de la historia del teatro musical. Basado en los relatos periodísticos de una cronista de sucesos de los años veinte, Maurine Dallas Watkins, que ella misma convirtió después en obra teatral, «Chicago» cuenta los denodados esfuerzos de dos asesinas por salvar el cuello de la horca y aprovechar además la fama para triunfar en el mundo del espectáculo.
Bob Fosse, uno de los mayores genios de la historia del género, vio en esta historia material para un musical. Se estrenó en 1975 en Nueva York, pero fue la nueva producción que vio la luz en 1996 (está todavía en cartel tanto en Nueva York como en Londres) la que dio una nueva dimensión a la obra.
Fosse utilizó todo el vitriolo que tenía dentro en este musical, que es puro teatro, donde música, coreografía y texto se trenzan hasta parecer un único elemento. Ann Reiking, que compartió los últimos años de Fosse, firma una coreografía «al estilo de», que es un catálogo de ese universo tan particular que elaboró el creador. Está llena de sutileza, de sensualidad, de movimientos quebrados, de miradas caídas, de caderas indiscretas... Todo ello -lo mismo que la música, que recoge con inteligencia e inspiración los sabores del jazz de los años veinte- al servicio de una historia ácida. «Esto es un circo, nena; un circo de tres pistas», le dice Billy Flynn, el personaje interpretado por Manuel Bandera, y así es. Fosse mete el dedo en la llaga de una sociedad corrupta y, sin contemplaciones, la desnuda delante del público. La escena del juicio es absolutamente reveladora del feroz sarcasmo de Fosse.
La producción se despoja también de efectos escénicos. La orquesta (fantástica) en escena y todo el foco sobre los protagonistas y el cuerpo de baile, que tiene un papel determinante en este montaje. La producción del Coliseum cuenta con un conjunto con el peso y el talento necesario para cumplir brillantemente con ese papel. Y dentro del reparto, que alcanza el notable como nota media, hay que poner un sobresaliente a tres figuras: Natalia Millán, que resuelve con solvencia y calidad las muchas aristas de su exigente personaje; Paola Marceli, con una extraordinaria vis cómica que explota sobre todo en su excepcional monólogo; y G. Rauch, la sorpresa de la función, que canta con asombrosa facilidad su comprometida parte.
Un espectáculo que a Bob Fosse le hubiera gustado.

(ABC, 28-XI-2009). Foto: Francisco Seco

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