«Priscilla, reina del desierto», el musical
Hacía algún tiempo que no llegaba a Madrid una nueva producción de un título de éxito internacional como «Priscilla, reina del desierto», un musical procedente de Australia y del que se han podido ver hasta el momento una quincena de producciones en todo el mundo. Está basada en la película del mismo título escrita y dirigida hace veinte años por Stephan Elliot, y cuenta, ya lo sabéis, la historia de tres drag-queens, dos travestidos y un transexual, que atraviesan el desierto australiano a bordo de un extravagante autobús para ofrecer una actuación al otro lado del país; o, al menos, eso piensan dos de ellos, Bernadette y Felicia. En realidad, Tick, el organizador del viaje, va a encontrarse con su hijo de seis años, al que no conoce.
Alrededor de esta historia, sus productores decidieron crear un gran musical «jukebox», arropándose en grandes éxitos de la música bailable de las últimas décadas: «It's raining men», «I say a little prayer», «Material girl», «Go West», «Like a virgin», «True colors» o «Like a prayer»: un auténtico banquete musical. Las bazas del espectáculo son su autobús de tamaño natural y cinco toneladas de peso (que obligó a derribar y rehacer después la entrada principal del teatro y a reforzar el escenario) y el deslumbrante y babilónico vestuario, con cerca de medio millar de trajes, a los que hay que sumar las pelucas, tocados y accesorios de maquillaje (los cambios son tan rápidos que se han tenido que crear una especie de antifaces pre-maquillados para cada uno de los personajes).
Tanto uno como otro son un personaje más del espectáculo, y en ello inciden, claro, los productores, a la hora de venderlo. El equipo creativo prefiere centrarse en las canciones y en la historia, solo aparentemente frívola; la divertida narración del viaje de los tres protagonistas es la punta del iceberg de tres historias de fracaso, aceptación y búsqueda de la felicidad, que podrían resultar mucho más interesantes y emocionantes si se hubiera profundizado en ellas; lo que no quiere decir oscurecer el espectáculo. Por ese lado, «Priscilla» cojea; da la sensación de que el relato del viaje de los tres protagonistas no es verdaderamente el corazón de la obra, sino una excusa para encadenar los números musicales y permitir los cambios de vestuario.
Me sorprendió que se eligiera a Àngel Llàcer para dirigir la producción española; «Priscilla» es una franquicia, en la que se reproducen la escenografía clavo a clavo, el vestuario botón a botón, y el montaje original gesto a gesto. Se deja muy poco espacio para la creatividad, y un director con las ideas y la personalidad de Llàcer tenía poco que hacer en esta puesta en escena (como me consta que así ha sido).
«Priscilla» es sin duda un magnífico espectáculo, no cabe ninguna duda, que se ha puesto en escena en el Nuevo Teatro Alcalá (me temo que no es un buen aliado para montajes de este tipo) con los medios y el rigor necesarios. Pero la función que ví (la víspera del estreno oficial) se quedó por debajo de mis expectativas, y sentí que la temperatura del espectáculo no alcanzaba los grados que sería de desear. En parte por la propia obra, que cuenta con números de gran altura, pero sin un final deslumbrante que invite a bailar a los espectadores. Al menos ese día. No me parece «Priscilla» un musical redondo ni equilibrado, a pesar de sus muchísimas e indudables virtudes.
En cuanto a la producción española, se contagia de la tibieza del propio espectáculo. Hay, me consta y se nota, un excepcional trabajo por parte de los intérpretes y del equipo técnico y artístico, que seguro que entre cajas se multiplica. Pero me dio la sensación de que todavía le faltaba cocción, que se había puesto demasiado pronto en el plato. Inseguridades, vacilaciones y algún que otro fallo más evidente de lo deseado salpicaron la función; nada que el paso de las representaciones no remedie.
El reparto es notable en líneas generales. Me gustaron mucho dos de los protagonistas, Jaime Zatarain (Tick) y Christian Escuredo (Felicia): ambos le dan el color justo a sus personajes, temeroso y sensato el primero, inconsciente y alocado el segundo. Cantan, bailan y actúan con equilibrio. Mariano Peña (el Mauricio Colmenero de la serie «Aida») tiene oficio y comicidad pero, a mi entender, no posee o no transmite la ternura de su implorante personaje; se mueve con suficiencia, pero no se puede decir de su canto, suficiente solo para algunos momentos. Las tres divas -Patricia del Olmo, Rosanna Carraro y Aminata Sow- son tres espléndidas voces, y cumplen David V. Muro, eficaz como en él es habitual; y Noemí Gallego, de magníficas comicidad y voz. Y me gustaría destacar también el excelente nivel de la orquesta, nueve músicos preparados por Manu Guix y Julio Awad, y dirigidos por este último.
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