Treinta y cinco años de la Compañía Nacional de Danza


Una gala de cuatro horas, de la que he dado cuenta ya en ABC, ha puesto fin a las celebraciones de la Compañía Nacional de Danza en los teatros del Canal con motivo del XXXV aniversario del conjunto que dirige desde hace casi cuatro años José Carlos Martínez. Hubo en la gala muchos momentos para la reflexión. Sobre la propia velada -excesivamente larga por mucha justificación que se quiera buscar-, porque se vio sobre el escenario algo ya muy parecido a lo que José Carlos, imagino, quiere: una compañía dúctil, capaz de afrontar con suficientes garantías el repertorio más clásico y coreografías contemporáneas. Es lo que hacen las grandes compañías en todo el mundo, y es por lo que trabaja, me consta, desde que llegó a Madrid, a pesar de las muchas tachuelas que se ha encontrado en el camino.

También se puede reflexionar sobre las presencias y las ausencias. Había en el patio de butacas mucho antiguo bailarín y mucho público fiel a la compañía. Pero me dolió que no estuviera -ni siquiera firmaba, como sus antecesores, unas líneas en el programa de mano- Nacho Duato. De esos treinta y cinco años de la Compañía Nacional de Danza, veinte han contado con la dirección de Duato. Más de la mitad de su historia lleva su firma. Nacho Duato salió de la compañía dando un portazo, irritado con el trato que, según él, le dispensó el Ministerio de Cultura, y no quiso ceder una de sus coreografías para la gala -así lo explicó, al menos, José Carlos Martínez- porque para eso tendría que firmar un contrato con el propio Ministerio de Cultura. Nacho sabrá, pero creo que ha pasado suficiente tiempo para haberse guardado el orgullo en el bolsillo y haberse sumado a una compañía que es lo que es hoy gracias, en buena medida, a su labor durante dos décadas. La CND no es (y ese fue el mayor error del coreógrafo valenciano) una compañía de autor, sino una compañía nacional; su etapa tuvo muchísimas más luces que sombras, y seguro que el público le hubiera rendido en la gala el homenaje debido (se escuchó una sonora ovación cuando se proyectó su fotografía).

Treinta y cinco años parece mucho tiempo, pero se puede decir que una compañía de danza apenas ha superado la adolescencia. Y la infancia de la Compañía Nacional de Danza ha sido especialmente inestable (comenzando por el nombre, que inicialmente fue de Ballet Nacional Clásico). Hasta la llegada de Nacho Duato, fueron constantes los vaivenes y los cambios de dirección, que impidieron su crecimiento. Las razones, desgraciadamente, eran únicamente políticas.

Siempre -y más con el paso de los años- he sido favorable a la política cultural (aunque a la vista de algunas gestiones, me lo he llegado a plantear), pero menos a la cultura política; de hecho, estoy radicalmente en contra. Por eso celebré que el Ministerio de Cultura (con Ángeles González Sinde al frente) decidiera nombrar a los directores de las compañías del Inaem bajo la ley de las buenas prácticas, de modo que sus contratos no estuvieran sujetos a los cambios de gobierno. Otra cosa es que los nombramiento fueras (que no lo sé, aunque sospecho que sí) totalmente limpios y transparentes. 

Por lo que respecta a la Compañía Nacional de Danza, hasta 1990, año de la llegada de Nacho Duato, pasaron por el despacho de dirección Víctor Ullate, María de Ávila, Ray Barra y Maya Plisetskaya. Cada uno con una idea diferente de lo que debía ser la compañía, lo que impidió que durante ese tiempo se consolidara un repertorio y la trayectoria del conjunto fuera creciente.

Tengo la sensación de que el Inaem (gobernado entonces, si no me equivoco, por mi admirado Adolfo Marsillach) no sabían muy bien lo que querían cuando apostaron por Nacho Duato. Me temo que querían un nombre joven, español, con cierto prestigio internacional, que sustituyera a Maya Plisetskaya, que no ejercía la dirección todo lo que sería de desear. Nacho daba el perfil a las mil maravillas. Y Nacho Duato -según mi opinión- hubiera sido perfecto si hubiera comprendido que se trataba de una compañía nacional y que en ella debían tener cabida el mayor número de estilos (desde el clásico hasta el contemporáneo) y el mayor número de coreógrafos españoles. No lo comprendió, y creó una compañía de autor; eso sí, excelente, de la que los españoles nos podíamos sentir muy orgullosos. Aun así, la huella de Nacho Duato ha sido profunda en el conjunto, y deberiía seguir presente en el repertorio de la compañía.

Creo que José Carlos Martínez va por el buen camino. Su idea (ha estado muchos años en el Ballet de la Ópera de París, y le gustaría tomarlo como ejemplo) es que convivan los clásicos con los creadores de hoy; sus programas son una declaración de intenciones, y si le dejan trabajar los resultados aparecerán. No corren buenos tiempos, pero él además (o precisamente por eso) se ha debido enfrentar a unos problemas laborales fruto de la mala gestión pasada. No puede nunca equipararse a un artista con un administrativo, aunque sean ambos empleados públicos. Las condiciones de su trabajo son radicamente distintas, y por eso mismo deben tener convenios diferentes. ¿Puede un bailarín cortar en el aire un grand jeté a las cinco en punto, cuando termina su jornada laboral? Lo veo complicado... Y los bailarines, supongo que en su mayoría, e igualmente los técnicos, comprenden que sus horarios tienen otras exigencias. Pero reclaman, como es lógico, que sus retribuciones estén acordes con ellas.

De aquellas lluvias vienen estos lodos que, mientras hubo dinero, se pudieron ocultar. Ojalá José Carlos Martínez (con sus errores, con sus equivocaciones, con sus aciertos) pueda trabajar con las suficientes garantías para seguir construyendo sólidamente la historia de la Compañía Nacional de Danza.

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