Ultima edición: ensayos
El viernes se estrena en el teatro Victoria Eugenia de San Sebastián «Última edición», una obra escrita por Eduardo Galán y Gabriel Olivares, y dirigida por este último. Estuve el lunes en uno de los últimos ensayos de esta obra que interpretan Natalia Dicenta, Patxi Fréytez, Ana Ruiz y Javi Martín. Me invitó a verla Gabriel Olivares, un director de incesante actividad en los últimos años; la función transcurre fundamentalmente en la Redacción de un periódico, «El Universal», así que tanto los personajes como los conflictos y algunas de las situaciones me resultaban familiares. No voy a hablar de la función, que aún no está estrenada, sino de esa experiencia, para mí fascinante, que es asistir a un ensayo.
He tenido la suerte de asistir a muchos ensayos: de teatro, de danza, de ópera..., alguno de ellos muy tensos o accidentados (en «Puerta del Sol», Juan Carlos Pérez de la Fuente se rompió la mano al golpearla, en un rapto de furia, contra la mesa de dirección). La mayoría de las veces han sido ensayos generales o pases completos de las obras. Yo prefiero (pero comprendo que a los directores o a los actores no les guste) estar al principio, cuando el proceso creativo es mayor, y me gusta mucho más la sala de ensayos que el teatro. Pero no he podido perder, a pesar de los años, la sensación de ser un intruso, un estorbo, de estar de más... Así que procuro agazaparme en la silla que me ofrecen, moverme lo menos posible y hacerme invisible (todo lo que pueda).
Lo he dicho muchas veces: donde más he aprendido ha sido en las salas de ensayo; allí se ve el sudor, el esfuerzo, las dificultades. Los bailarines, especialmente, pero también los actores y los cantantes de ópera, se revelan como «humanos» (en escena se trata de hacer que parezca sencillo lo difícil): vulnerables e inseguros. Y es allí donde mi admiración por ellos crece.
Pasé un rato magnífico en el ensayo de «Última edición», una obra que a pesar de la cercanía de su estreno todavía estaba llena de dudas, de inseguridades, de fragilidad, esperando ese momento mágico (que no siempre sucede) en el que se encuentre la pieza que faltaba y todo el puzzle se resuelva. Está en ese momento en el que las ideas (casi todas) están claras, también el color del lienzo y las formas de las figuras. Falta solo perfilar el dibujo y darle la forma que, así es el teatro, nunca será definitiva.
Me encantó ver la implicación de los actores (especialmente de una inquietísima Natalia Dicenta), arañando el texto para lograr en él la mayor organicidad; ver esa solidaridad entre ellos, quebrada en algún momento por un pasajero mohín de desagrado (lógico: los roces acarician y raspan), sus aportaciones, su búsqueda, su camaradería. Pude dar (me la pidieron) mi opinión de «experto» (lo soy, llevo casi treinta años metido en una redacción) y escuché por boca de los actores frases que podía haber dicho yo y diálogos que escucho a menudo en el trabajo. Disfruté, en resumen, de un largo ensayo, con el que espero (yo creo que sí) haber aprendido un poco más.
La foto es de Javier Biosca
He tenido la suerte de asistir a muchos ensayos: de teatro, de danza, de ópera..., alguno de ellos muy tensos o accidentados (en «Puerta del Sol», Juan Carlos Pérez de la Fuente se rompió la mano al golpearla, en un rapto de furia, contra la mesa de dirección). La mayoría de las veces han sido ensayos generales o pases completos de las obras. Yo prefiero (pero comprendo que a los directores o a los actores no les guste) estar al principio, cuando el proceso creativo es mayor, y me gusta mucho más la sala de ensayos que el teatro. Pero no he podido perder, a pesar de los años, la sensación de ser un intruso, un estorbo, de estar de más... Así que procuro agazaparme en la silla que me ofrecen, moverme lo menos posible y hacerme invisible (todo lo que pueda).
Lo he dicho muchas veces: donde más he aprendido ha sido en las salas de ensayo; allí se ve el sudor, el esfuerzo, las dificultades. Los bailarines, especialmente, pero también los actores y los cantantes de ópera, se revelan como «humanos» (en escena se trata de hacer que parezca sencillo lo difícil): vulnerables e inseguros. Y es allí donde mi admiración por ellos crece.
Pasé un rato magnífico en el ensayo de «Última edición», una obra que a pesar de la cercanía de su estreno todavía estaba llena de dudas, de inseguridades, de fragilidad, esperando ese momento mágico (que no siempre sucede) en el que se encuentre la pieza que faltaba y todo el puzzle se resuelva. Está en ese momento en el que las ideas (casi todas) están claras, también el color del lienzo y las formas de las figuras. Falta solo perfilar el dibujo y darle la forma que, así es el teatro, nunca será definitiva.
Me encantó ver la implicación de los actores (especialmente de una inquietísima Natalia Dicenta), arañando el texto para lograr en él la mayor organicidad; ver esa solidaridad entre ellos, quebrada en algún momento por un pasajero mohín de desagrado (lógico: los roces acarician y raspan), sus aportaciones, su búsqueda, su camaradería. Pude dar (me la pidieron) mi opinión de «experto» (lo soy, llevo casi treinta años metido en una redacción) y escuché por boca de los actores frases que podía haber dicho yo y diálogos que escucho a menudo en el trabajo. Disfruté, en resumen, de un largo ensayo, con el que espero (yo creo que sí) haber aprendido un poco más.
La foto es de Javier Biosca
A mí también me gustaría estar allí, viendo lo que nunca se ve, descubriendo casi los trucos del mago. ¿Tiene buena pinta? Ya sabes que cuando conoces un tema no puedes evitar ser muuuuucho más crítico. Está en el reparto un actor que me gusta mucho, así que a lo mejor me animo cuando lleguen a Madrid.
ResponderEliminar