La dama duende

Sentado en un palco del Teatro Español, ayer, viendo «La dama duende», me daba cierta congoja pensar que estaba viendo el último trabajo de Miguel Narros, un director al que he admirado, y por el que sentía un especial aprecio. Ya lo dije aquí: su bondad, su educación y su amabilidad me cautivaron desde que lo conocí, en el verano de 1988, durante mi primer viaje a Nueva York, para ver el estreno del Ballet Nacional en el Metropolitan de Nueva York.

Narros llevaba trabajando mas de medio siglo. Era -lo dicen todos los que estuvieron cerca de él- un sabio. El Diccionario de la RAE dice que un sabio es aquel que posee sabiduría, y ésta la define con tres acepciones: grado más alto del conocimiento, conducta prudente en la vida o en los negocios y conocimiento profundo en ciencias, letras o artes. Las tres le encajan, o sea que Narros era un sabio en el más amplio sentido del término.

Mona Martínez, una de las actrices de La dama duende, me contaba hace unos días que lo que más le había asombrado de Narros en el trabajo de este montaje era la vida que insuflaba a la obra -escrita por Calderón de la Barca en 1629-. «Miguel -me decía- era más moderno que cualquiera de nosotros», e insistía la actriz en que parecía mentira que, cercana su muerte, y enfermo en la última fase de los ensayos, Narros les repitiera una y otra vez que le dieran vida al texto de Calderon.

Miguel Narros montó «La vida duende» al principio de su carrera. Y quiso ahora volver a él para brindar una nueva lección de teatro. Su montaje, es cierto, respira vida, ritmo, humor, modernidad. Hay decisiones de dirección de actores y de escenas que a mí no me convencen demasiado, y el final me parece excesivamente embarullado y falto de finura, pero se nota la mano de un maestro en él. Una buena adaptación de Pedro Víllora le sirve de punto de partida para una puesta en escena dinámica, clara (salvo, ya digo, en las escenas finales) y vivas. Sí. El Calderón de Narros no es el de un director de 84 años (los que tenía el día de su muerte), sino el de un joven apasionado por el teatro y enamorado de un texto extraordinario que le acompañó durante sesenta años de su vida.

En el capítulo interpretativo (los actores están todos a un buen nivel) me quedo con Chema León e Iván Hermés (Don Manuel y Cosme, su criado), que otorgan luz a sus personajes. Pero, sobre todo, siento que no vaya a poder ver otro montaje de Miguel Narros.

Comentarios

Entradas populares