La monja alférez
Domingo Miras es uno de esos grandes autores del teatro español cuya producción literaria no guarda relación con su producción escénica: muchas de sus obras no han sido estrenadas, a menudo por la cantidad de personajes que requieren. Es el caso de La monja alférez, que presenta estos días el Centro Dramático Nacional en el María Guerrero. Ernesto Caballero, director del CDN, tiene como principal línea de trabajo dar voz a los autores españoles.
La monja alférez, escrita a mediados de los años ochenta, no se había estrenado de manera profesional (sí lo hizo una compañía aficionada de la tierra del autor), y Caballero la ha elegido para incorporar a Miras al repertorio del CDN. Se basa en las memorias de Catalina de Erauso, una mujer donostiarra que vivió en el siglo XVII y que, tras huir del convento en el que era novicia, vivió el resto de su vida disfrazada de hombre y enredada en mil batallas hasta que, ya en sus años finales, confesó su condición femenina. La monja alférez fue el sobrenombre con el que se la conoció y es tambien el título de la obra de Miras, que recoge varios episodios de su vida en ella.
En el teatro de Miras hay muchas obras históricas; es un género en el que se encuentra cómodo. Especialmente, confiesa, en el Barroco, una etapa que le apasiona. La monja alférez posee el perfume de aquella época ya desde su lenguaje, y la historia de Catalina de Erauso es apasionante... pero el texto de Miras es tan bello como excesivamente discursivo y narrativo.
La labor de Juan Carlos Rubio, uno de nuestros más destacados dramaturgos y directores de hoy, no era fácil. Sin embargo, ha conseguido crear un espectáculo ágil y atractivo, lleno de movimiento. Rubio convierte el escenario en una pista de circo -a Catalina de Erauso le dolía ser considerada una mona de feria- y en ella presenta las escenas, algunas de ellas, como la de la pelea en la taberna, vibrante y muy bien resuelta. Hay alguna decisión poco comprensible, como darle un toque casi caricaturesco al personaje del obispo Carvajal y su ayudante Arteaga, pero el resto de la función está llena de detalles que demuestran la inteligencia y el talento de Rubio en una tarea nada sencilla.
La principal singularidad del montaje es la de dividir el personaje de la monja alférez, que es interpretado por ocho actores y actrices. Una decisión arriesgada, porque se corría el peligro de hacer incomprensible la trama. Pero Rubio logra con ello darle un sinfín de colores a un personaje complejo y poliédrico. Le ayuda la compacta interpretación de los ocho actores (que se desdoblan también en otros papeles), que le dan su personalidad a Catalina de Erauso, completando un retrato completo y colorido. Destacan el peso específico de Carmen Conesa, la intensidad de Cristina Marcos, el brío y luminosidad de Martiño Rivas, la nobleza de Daniel Muriel y la cómica composición de Ángel Ruiz.
La monja alférez, escrita a mediados de los años ochenta, no se había estrenado de manera profesional (sí lo hizo una compañía aficionada de la tierra del autor), y Caballero la ha elegido para incorporar a Miras al repertorio del CDN. Se basa en las memorias de Catalina de Erauso, una mujer donostiarra que vivió en el siglo XVII y que, tras huir del convento en el que era novicia, vivió el resto de su vida disfrazada de hombre y enredada en mil batallas hasta que, ya en sus años finales, confesó su condición femenina. La monja alférez fue el sobrenombre con el que se la conoció y es tambien el título de la obra de Miras, que recoge varios episodios de su vida en ella.
En el teatro de Miras hay muchas obras históricas; es un género en el que se encuentra cómodo. Especialmente, confiesa, en el Barroco, una etapa que le apasiona. La monja alférez posee el perfume de aquella época ya desde su lenguaje, y la historia de Catalina de Erauso es apasionante... pero el texto de Miras es tan bello como excesivamente discursivo y narrativo.
La labor de Juan Carlos Rubio, uno de nuestros más destacados dramaturgos y directores de hoy, no era fácil. Sin embargo, ha conseguido crear un espectáculo ágil y atractivo, lleno de movimiento. Rubio convierte el escenario en una pista de circo -a Catalina de Erauso le dolía ser considerada una mona de feria- y en ella presenta las escenas, algunas de ellas, como la de la pelea en la taberna, vibrante y muy bien resuelta. Hay alguna decisión poco comprensible, como darle un toque casi caricaturesco al personaje del obispo Carvajal y su ayudante Arteaga, pero el resto de la función está llena de detalles que demuestran la inteligencia y el talento de Rubio en una tarea nada sencilla.
La principal singularidad del montaje es la de dividir el personaje de la monja alférez, que es interpretado por ocho actores y actrices. Una decisión arriesgada, porque se corría el peligro de hacer incomprensible la trama. Pero Rubio logra con ello darle un sinfín de colores a un personaje complejo y poliédrico. Le ayuda la compacta interpretación de los ocho actores (que se desdoblan también en otros papeles), que le dan su personalidad a Catalina de Erauso, completando un retrato completo y colorido. Destacan el peso específico de Carmen Conesa, la intensidad de Cristina Marcos, el brío y luminosidad de Martiño Rivas, la nobleza de Daniel Muriel y la cómica composición de Ángel Ruiz.
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