El tiempo y los Conway
Juan Carlos Pérez de la Fuente estrenó el viernes en el Palacio de Festivales de Santander (un espacio tan feo arquitectónicamente como bien gestionado por Juan Calzada y Román Calleja) su versión de la obra de J. B. Priestley El tiempo y los Conway. No podía faltar; he estado en prácticamente todos los estrenos (si no, en el ensayo general) de Juan Carlos desde hace años. Es una especie de rito que intento mantener, así que el viernes estuve en Santander (una ciudad que cada día me gusta más). Titulé la crónica "El tiempo no pasa por los Conway" porque esta obra, estrenada en 1937, no ha perdido un gramo de frescura y actualidad, y la historia de esta acomodada familia de la Inglaterra de entreguerras sigue concerniendo a los espectores algo menos de un siglo después de su creación. Juan Carlos Pérez de la Fuente se ha basado en una versión de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño para hacer un espectáculo preciso y limpio, con una afinada orquesta de actores donde destaca el violonchelo solista de Luisa Martín, la señora Conway, la matriarca de la familia.
El sábado tuve la ocasión de compartir varias horas con la compañía, que componen Nuria Gallardo, Alejandro Tous, Juan Díaz, Chusa Barbero, Débora Izaguirre, Ruth Salas, Alba Alonso, Román Sánchez Gregory y Toni Martínez. También con el equipo técnico: Esther, Esperanza , Judit, Ricardo... Y Rosario, por supuesto. Estuve con los actores mientras hacían una "italiana" (un repaso del texto) en el patio de butacas. Es curioso ver los ritos, las manías y las costumbres de cada actor: mientras alguno paseaba arriba y abajo por entre los asientos, otros permanecían en el escenario y aprovechaban las ausencias de sus personajes para realizar ejercicios físicos o vocales.
Pude luego ver el trasiego y los nervios en la zona de camerinos, el alboroto previo a la función, las idas y venidas de los actores en sus cambios de vestuario... Siempre me he sentido, no lo puedo remediar, un intruso, un invasor de un espacio que -no vamos a exagerar- no es sagrado pero sí posee, al menos así lo veo yo, un perfume de intimidad que a mí no me gusta romper.
Y después vi la función entre cajas, en un oscuro rincón desde el que atisbaba parte del escenario (la foto la tomé desde ahí con el teléfono); en ese lugar donde se oye la respiración de los actores, donde los gestos son un primer plano, donde no hay posibilidad de engaño alguno porque la mentira suena mucho más potente. Ahí disfruté de unos actores comprometidos con un texto y con unos personajes que tienen más carne de lo que en principio podría parecer, y con una cercanía que hacía tiempo que no experimentaba. Conmigo estaba Juan Carlos, al que he visto en más de una ocasión desasosegado y al borde de la histeria. No fue así en Santander, donde él también disfrutó de sus actores y de una puesta en escena que, estoy seguro, va a recibir muchos aplausos allá donde se presente.
El sábado tuve la ocasión de compartir varias horas con la compañía, que componen Nuria Gallardo, Alejandro Tous, Juan Díaz, Chusa Barbero, Débora Izaguirre, Ruth Salas, Alba Alonso, Román Sánchez Gregory y Toni Martínez. También con el equipo técnico: Esther, Esperanza , Judit, Ricardo... Y Rosario, por supuesto. Estuve con los actores mientras hacían una "italiana" (un repaso del texto) en el patio de butacas. Es curioso ver los ritos, las manías y las costumbres de cada actor: mientras alguno paseaba arriba y abajo por entre los asientos, otros permanecían en el escenario y aprovechaban las ausencias de sus personajes para realizar ejercicios físicos o vocales.
Pude luego ver el trasiego y los nervios en la zona de camerinos, el alboroto previo a la función, las idas y venidas de los actores en sus cambios de vestuario... Siempre me he sentido, no lo puedo remediar, un intruso, un invasor de un espacio que -no vamos a exagerar- no es sagrado pero sí posee, al menos así lo veo yo, un perfume de intimidad que a mí no me gusta romper.
Y después vi la función entre cajas, en un oscuro rincón desde el que atisbaba parte del escenario (la foto la tomé desde ahí con el teléfono); en ese lugar donde se oye la respiración de los actores, donde los gestos son un primer plano, donde no hay posibilidad de engaño alguno porque la mentira suena mucho más potente. Ahí disfruté de unos actores comprometidos con un texto y con unos personajes que tienen más carne de lo que en principio podría parecer, y con una cercanía que hacía tiempo que no experimentaba. Conmigo estaba Juan Carlos, al que he visto en más de una ocasión desasosegado y al borde de la histeria. No fue así en Santander, donde él también disfrutó de sus actores y de una puesta en escena que, estoy seguro, va a recibir muchos aplausos allá donde se presente.
¡Qué gozada poder ver una función entrecajas! ¡Ya me gustaría a mí!
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