Cinco horas con Mario
Son muchos los que han calificado de insensata y atrevida a Natalia Millán por haber aceptado suceder a Lola Herrera en la encarnación de Carmen Sotillo dentro del monólogo Cinco horas con Mario. La sombra de la actriz vallisoletana es alargada, y ese papel fue una creación suya y su más distintivo sello durante muchos años; hasta tal punto, que la recuerdan incluso quienes no la vieron. Unas gafas de sol vistas de reojo en el palco del Reina Victoria le bastan a Natalia Millán para acelerarle el pulso. "¡Creí que había venido Lola Herrera a ver la función! -confesaba el viernes por la noche-... Y claro, me he puesto nerviosa. No me he quedado tranquila hasta que, ya en los saludos, he visto que no era ella". Natalia sabía, cuando aceptó protagonizar esta reposición de la obra basada en la espléndida novela de Delibes, que era un reto extraordinario en su carrera, una de esas propuestas que hay que aceptar sin pensar porque si uno se lo piensa, igual no lo acepta. La primera persona a quien se lo contó, ha dicho, fue a la propia Lola Herrera, y sus "bendiciones" fueron un alivio para ella. El estreno en Valladolid, a finales de septiembre, con la familia de Delibes en el patio de butaca, fue un espaldarazo y una prueba de que iba por el buen camino. Pero la sombra de Lola Herrera seguía presente, y era algo de lo que cada vez era más consciente Natalia, especialmente porque rara era la persona que no se la mencionaba o recordaba.
En su presentación en Madrid, Natalia Millán ha cosechado unas magníficas críticas, y yo me sumo al aplauso general. Cualquier actriz que se atreva a subirse a un escenario a llenarlo sola, sin otro arma que su palabra, durante hora y media, merece respeto y reconocimiento. Pero cuando se hace, además, con la calidad, con la intensidad, con la convicción y verdad con la que lo hace Natalia merece además una ovación. La actriz transita por las emociones de su personaje, colorea las escenas con el tono preciso y hace de su personaje una mujer de carne y hueso, cercana y reconocible. Por momentos creía que era mi madre la que hablaba... Desde ese incontestable vacío en que queda la viuda hasta esa desgarrada confesión final, Natalia Millán es un imán para el espectador; algo que sólo las grandes actrices -y ella lo es, lo he vuelto a confirmar- son capaces de conseguir. No me extraña que algún empleado del Reina Victoria quiera que se quede encerrada en el teatro... Pero esa es otra historia que ya contaré algún día.
En su presentación en Madrid, Natalia Millán ha cosechado unas magníficas críticas, y yo me sumo al aplauso general. Cualquier actriz que se atreva a subirse a un escenario a llenarlo sola, sin otro arma que su palabra, durante hora y media, merece respeto y reconocimiento. Pero cuando se hace, además, con la calidad, con la intensidad, con la convicción y verdad con la que lo hace Natalia merece además una ovación. La actriz transita por las emociones de su personaje, colorea las escenas con el tono preciso y hace de su personaje una mujer de carne y hueso, cercana y reconocible. Por momentos creía que era mi madre la que hablaba... Desde ese incontestable vacío en que queda la viuda hasta esa desgarrada confesión final, Natalia Millán es un imán para el espectador; algo que sólo las grandes actrices -y ella lo es, lo he vuelto a confirmar- son capaces de conseguir. No me extraña que algún empleado del Reina Victoria quiera que se quede encerrada en el teatro... Pero esa es otra historia que ya contaré algún día.
Seguro que dentro de poco Doña Lola Herrera acudirá a verla y le encantará. Supongo que estos días habrá estado bastante nerviosa con el estreno de la obra de la otra Natalia, su hija.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, toda una señora actriz! He tenido el placer de verla. Dejo mi enlace por si quieres echarle un vistazo a mis impresiones sobre la función.
ResponderEliminarhttp://enunentreacto.blogspot.com/2011/01/cinco-horas-con-mario.html
Un saludo.