Tres montajes

Tras una semana alejado de ella por diversas cuestiones, vuelvo a escena para hablar de tres montajes, dos de ellos teatrales y una coreografía el tercero, que he visto en los últimos días. Por orden cronológico, el primero es Wonderland, el nuevo trabajo de Víctor Ullate, que se presenta en los teatros del Canal. Maestro extraordinario e insustituible pulmón de la danza española en las últimas décadas, a menudo he tenido mis reservas hacia su trabajo como coreógrafo que, si bien es notable, no me ha parecido siempre a la altura de su talento en otras facetas. Wonderland, sin embargo, es una pieza brillantísima, una coreografía emocionante en la que Ullate se ha quitado de encima no sólo muchos fantasmas, sino también las ataduras estilísticas para firmar el que para mí es su mejor trabajo en muchos años. Wonderland es una pieza llena de alma, un trabajo sensible y sincero, un llanto tierno y melancólico bailado por una compañía comprometida y en estado de gracia.

José María Pou me contó hace unos días que Su seguro servidor, Orson Welles, el «monólogo acompañado» que representa en el teatro Bellas Artes después de haberlo paseado por toda España, era un regalo que se había hecho a sí mismo. Y a los espectadores, añado. Pou, definitivamente, es un gigante de nuestra escena; no sólo en sentido literal (y más en este montaje), sino por su constante engrandecimiento artístico. Su trabajo en esta obra es grandioso, magnético; desde la cavernosa voz, que va despellejándose conforme transcurre el espectáculo, hasta su montañosa presencia, también desmoronada al final del espectáculo. El texto es más curioso que profundo, a veces reiterativo aunque, en cualquier caso, es revelador del carácter del genial cineasta.


No es muy frecuente la presencia de Ferdinand Bruckner (seudónimo de Theodor Tagger) en los escenarios españoles. La Abadía presenta El mal de la juventud, bajo la dirección de Andrés Lima, un hombre de moda en nuestro teatro, con un extraordinario talento al que no siempre sabe sacar partido. El mal de la juventud es un espectáculo carnoso y brillante, aunque en ocasiones quede tembloroso, con un texto -envejecido, ciertamente- que Lima no ha sabido exprimir del todo. Se pasa de puntillas sobre las causas de la decadencia de esa juventud y se recrea en las consecuencias. Lo mejor, como en tantas ocasiones, el trabajo valiente y comprometido de los actores, con mención destacada para Iván Hermes, Irene Escolar, Marta Aledo y, sobre todo, Sandra Ferrús, que dibuja con precisión, sinceridad y emoción el decadente viaje de su personaje.

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