Julio Bocca
Dentro de unos días se cumplirán veintitrés años de la primera actuación de Julio Bocca en Madrid, en el teatro de la Zarzuela. Escribí entonces que aquella sería una noche histórica y el tiempo (tampoco era tan difícil preverlo) me dio la razón, porque Julio Bocca es una de las grandes figuras de la danza de nuestros días y una de las principales estrellas del ballet internacional. Julio adora Madrid, y el público madrileño le ha respondido siempre con cariño; ha podido ver su evolución artística y personal, su proceso de madurez. Le ha visto en escena enfadado, feliz, acelerado, centrado, magnífico, convincente... Le adoptó como su bailarín y Julio siempre le respondió con su presencia. Aunque se quedó con una espina clavada: no haber podido bailar en el Teatro Real.
Hace unos días, tuve el honor de acompañar a Julio Bocca en una charla posterior a la clase magistral que impartió en los teatros del Canal. A pesar de los muchos años de profesión, mantiene su timidez de adolescente, y quería que le acompañara para darle a esa charla un aire más informal. Conozco a Julio desde hace más de veinte años y con el tiempo se ha ido consolidando nuestra amistad que sólo la distancia hace que sea intermitente. Le he entrevistado y he compartido con él momentos más personales; estuve en su despedida del American Ballet Theatre, en Nueva York, y sentí no poder acompañarle en Buenos Aires, en su adiós definitivo. Ver el video de aquella velada ya pone los pelos de punta. Julio es en su país un ídolo, y ha sido capaz (y ese es, sin duda, su mayor mérito) de hacer del ballet clásico un arte de masas; antes de su irrupción, hubiera sido imposible que un ballet como Giselle llenara durante varios días el espectacular Luna Park bonaerense.
Es, por tanto, una estrella, aunque para mí siga siendo un muchacho tímido por el que siento un enorme cariño. Me gustó verle charlar a los chicos y a un puñado de rendidos profesores, que miraban con la boca abierta las viejas grabaciones de un jovencísimo Julio. Me gustó ver el respeto con el que los alumnos seguían sus palabras, la reverencia con la que guardaban silencio. Julio fue natural con ellos, se sinceró, les aconsejó... Julio es un gran bailarín (que desgraciadamente ha colgado las zapatillas), pero es además un extraordinario ser humano, al que quiero y admiro.
La foto la hizo Danny Mejías durante la charla
Hace unos días, tuve el honor de acompañar a Julio Bocca en una charla posterior a la clase magistral que impartió en los teatros del Canal. A pesar de los muchos años de profesión, mantiene su timidez de adolescente, y quería que le acompañara para darle a esa charla un aire más informal. Conozco a Julio desde hace más de veinte años y con el tiempo se ha ido consolidando nuestra amistad que sólo la distancia hace que sea intermitente. Le he entrevistado y he compartido con él momentos más personales; estuve en su despedida del American Ballet Theatre, en Nueva York, y sentí no poder acompañarle en Buenos Aires, en su adiós definitivo. Ver el video de aquella velada ya pone los pelos de punta. Julio es en su país un ídolo, y ha sido capaz (y ese es, sin duda, su mayor mérito) de hacer del ballet clásico un arte de masas; antes de su irrupción, hubiera sido imposible que un ballet como Giselle llenara durante varios días el espectacular Luna Park bonaerense.
Es, por tanto, una estrella, aunque para mí siga siendo un muchacho tímido por el que siento un enorme cariño. Me gustó verle charlar a los chicos y a un puñado de rendidos profesores, que miraban con la boca abierta las viejas grabaciones de un jovencísimo Julio. Me gustó ver el respeto con el que los alumnos seguían sus palabras, la reverencia con la que guardaban silencio. Julio fue natural con ellos, se sinceró, les aconsejó... Julio es un gran bailarín (que desgraciadamente ha colgado las zapatillas), pero es además un extraordinario ser humano, al que quiero y admiro.
La foto la hizo Danny Mejías durante la charla
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