Pegados

Dentro de unos días echará el telón en el teatro Arenal de Madrid el musical «Pegados», un espectáculo tan humilde como ingenioso y divertido, creado por sus propios protagonistas (Alicia Serrat y Ferrán González, estupendos) y dirigido por Víctor Conde. «Pegados» parte de una situación absurda para crear una historia divertida y tierna, que abraza a los espectadores desde su mismo arranque y les hace cómplices de lo que sucede en el escenario. Su falta de pretensiones, su desenfado, su desparpajo y su mimo para tratar un asunto espinoso y literalmente enredado (dos jóvenes quedan enganchados después de una relación sexual, un caso en principio inverosímil pero, al parecer, posible) lo convierten en una más que recomendable propuesta. Es por otra parte este espectáculo un ejemplo de que no sólo de faraónicas escenografías y desmesuradas producciones vive el musical. Sé que me repito, pero el teatro musical no es más que eso, teatro musical, y si para una obra de texto lo único que se necesita es un actor y un foco, para un musical se necesitan los mismos elementos, más un piano.
El lunes próximo se celebrará una nueva edición de los premios del Teatro Musical, presentados en años anteriores como premios Gran Vía; en España, todavía, la familia del teatro musical no convive con la familia del teatro de texto, por decirlo de alguna manera. Algunos de sus miembros van y vienen, pero sería bueno -y estoy convencido de que con el tiempo se conseguirá- que las dos familias compartan piso y se eliminaran las etiquetas. Afortunadamente, los actores jóvenes son cada vez más conscientes de que cuanto mejor preparados estén (y eso significa también cantar y bailar), mejores profesionales serán. Queda todavía quitarles a algunos los complejos y los prejuicios hacia un género que no es un idioma diferente, sino una rama del mismo árbol. Un árbol firme, enrraizado y que ofrece un gran cobijo.

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