Vicente Zabala de la Serna

En ABC nos hemos quedado esta semana huérfanos porque se ha ido a la competencia una de las más relevantes firmas del periódico: Vicente Zabala de la Serna, crítico taurino. Le deseo, claro, mucha suerte, porque es un gran tipo y se la merece, pero a mí me ha dado un disgusto enorme. Últimamente estábamos sentados codo con codo en la Redacción, aunque como pasa muchos meses fuera de Madrid, de feria en feria, su silla estaba a menudo vacía y mi flanco derecho descubierto. Además de admiración, le tengo mucho cariño. Entró en ABC para sustituir, ahí es nada, a su padre, Vicente Zabala, que falleció hace ahora catorce años (el 21 de diciembre de 1995) en un accidente de aviación. La responsabilidad era grande, pero se tragó todas las indecisiones e inseguridades que seguramente debía de tener y se echó a la arena. Con los años se ha ganado el respeto y la admiración del mundo taurino, donde se ha convertido en el crítico más prestigioso. Nos hemos tratado mucho, y somos buenos amigos. Es un hombre divertido, cariñoso, vital, extrovertido, muy generoso con los suyos -entre los que me cuento-, ingenioso, apasionado de ese universo tan particular que son los toros, y también de su profesión. Más de una vez me ha despertado un tempranero mensaje suyo al móvil comentando algún titular o alguna información. Nos hemos reído juntos muchas veces, especialmente en las cenas navideñas que desde hace años son uno de los ritos más esperados por un grupo de amigos que nacimos profesionalmente en ABC (donde algunos seguimos). Nos ha pasado de todo, y algún Papá Noel ha salido perjudicado. Le voy a echar de menos y, aunque los ruedos no son un escenario que yo frecuente -me debes una tarde en San Isidro, Vicente-, quiero expresar mi tristeza por su marcha y declararle desde aquí mi cariño inquebrantable. Que para algo me apellido Bravo.