«Incendios», de Wajdi Mouawad, con Nuria Espert


Sobrecogedora, turbadora, conmovedora, emocionante, pavorosa, escalofriante... Pero también hermosa, poética, alentadora, luminosa, esperanzadora... Son adjetivos que se le puede aplicar a «Incendios», la obra de Wajdi Mouawad que se presenta estos días en el Teatro de La Abadía, dirigida por Mario Gas.

Pocos textos tienen el poder hipnótico que tiene «Incendios». Pocos textos poseen la capacidad de quemar y acariciar al mismo tiempo al espectador, de turbarle y abrazarle. Pocos textos son tan poderosos. Mouawad escribe y esas letras se clavan en la piel y el corazón del público, al que deja temblando -incluso literalmente- de emoción.

«Incendios» cuenta la historia de una mujer, Nawal Marwan, de su historia de amor y desesperación, de su tragedia, de su búsqueda, que es al tiempo la de su propia identidad y la de aquello que le fue arrebatado. Es una historia atroz, intrincada y contaminada por la guerra. Las escasas referencias geográficas la sitúan en El Líbano, la tierra natal de Mouawad, y de donde huyó su familia a causa, precisamente, de la guerra. Es un leit motiv del texto, un sonido hiriente que zumba constante y molesto a lo largo de toda la historia, que narra el autor con la intensidad de un thriller.

Pero en medio de los zarpazos que pueblan la obra, Mouawad consigue extraer pedazos de poesía que se enredan en el corazón del espectador como la hiedra a la pared. Es el suyo un texto hermoso, acariciador, en el que destaca una frase que es como un estribillo: «La infancia es un cuchillo clavado en la garganta».

Mario Gas, en su época de director del Español, programó esta obra en Matadero, y el texto debió quedársele dentro. Seis años después ha podido poner en pie su propia versión, tan árida como punzante en lo estético -gracias a la escenografía de Carl Fillion (habitual de Robert Lepage), la iluminación de Felipe Ramos, el vestuario de Antonio Belart y los videos de Álvaro Luna-; y tan llana y sobrecogedora en lo narrativo. Gas deja hablar a los personajes, permite que ellos sean quienes cuenten su historia y, acertadamente, confía en el poder del texto, que sabe vestir con elegancia

Contar con Nuria Espert es, más que una garantía para cualquier director, un auténtico lujo; no solo por contar con una actriz mayúscula, sino por el ejemplo de entrega y de talento que puede brindar a sus compañeros. Sus magníficas intervenciones a lo largo de la obra desembocan en un estremecedor monólogo final (en el que se deshacen todos los nudos que salpican la historia) que ella dice con una tan fina como rica paleta expresiva.

La grandeza de la función también empapa a los actores, todos ellos magníficos: Ramón Barea, Álex García, Carlota Olcina, Alberto Iglesias, Laia Marull, Edu Soto y Lucía Barrado, que contribuyen a hacer de esta pieza un espectáculo absolutamente mágico y único.

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