«El pequeño poni»


El tándem Paco Bezerra-Luis Luque ha demostrado en trabajos anteriores («La escuela de la desobediencia», «El señor Ye ama los dragones»...) que conforman un estimulante dúo; por separado derrochan talento, y juntos autor y director son promesa de un trabajo interesante cuando menos, y a menudo brillante.

En «La escuela de la desobediencia» se añadía un tercer sumando a la ecuación: la actriz María Adánez, que con Bezerra y Luque (y a la sombra del productor Celestino Aranda) ha formado una suerte de compañía que, estoy seguro, dará muchas alegrías a la escena española. Apenas han estrenado un trabajo -«El pequeño poni»- y ya están trabajando en el siguiente montaje, una versión «Lulú», sobre el personaje creado por Frank Wedekind; y por lo demostrado hasta ahora, son garantía de calidad en sus montajes. 

«El pequeño poni», que actualmente se representa en el teatro Bellas Artes, parte de un hecho sucedido en Estados Unidos hace apenas un par de años: el continuado acoso a que sometían a un niño sus compañeros por el mero hecho de llevar una mochila con un dibujo de la serie de animación «My little pony»; es de suponer que lo considerarían demasiado infantil para su edad. La reacción de los responsables del colegio fue cuando menos sorprendente: prohibieron al niño acudir al centro con dicha mochila y poco menos que le acusaron de provocar los insultos y las agresiones.

Paco Bezerra se fija para su obra en los padres del niño, que reaccionan opuestamente; mientras ella comprende al colegio y apuesta por que su hijo no lleve la mochila esperando así su seguridad, el padre cree que el niño tiene derecho a llevar la mochila que a él le apetezca. 

Bezerra traza un relato apasionante, incisivo y revelador en los diálogos, en los argumentos. La mochila se convierte en anécdota y el texto lanza dardos acusadores (pero sutiles) a las actitudes sociales que convierten al «diferente» en un apestado. Soterradamente hay cargas de profundidad contra la cobardía y la hipocresía, contra la intransigencia, pero también contra otras actitudes que se esconden y se parapetan tras la defensa del niño y que estallan.

El texto de Bezerra es dramático («Capaz de interesar y conmover vivamente», dice la RAE), intenso, vivo, potente, aunque creo que se desinfla un poco en las escenas finales, que no mantienen la tensión del inicio. Luis Luque no ha querido fotografiar la escena; ha elegido dibujar un lienzo en el que los trazos tengan cierto temblor poético, a pesar del realismo de situaciones y personajes. Hay siempre un acertado desenfoque en el tratamiento de la pareja, acentuado con la escenografía, la música, el vestuario, las luces y las proyecciones (sobresalientes, por cierto), que ayuda a encontrar el tono adecuado en ese ligeramente desvaído final.

María Adánez y Roberto Enríquez encarnan a los padres del niño; son una pareja creíble y son dos actores magníficos que dibujan con sutileza la evolución de los personajes, ese deterioro anímico que les envuelve; especialmente María Adánez, con un trabajo diametralmente opuesto al que ha hecho hasta ahora, y que la confirman, desde mi punto de vista, como una notabilísima actriz, aspirante a ese honorífico título (no lo tiene porque aún es joven) de dama del teatro español.  


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