«Los hermanos Karamázov»
Comprimir en tres horas de función una novela de la envergadura de «Los hermanos Karamázov» (toda la vida creyendo que era una palabra aguda y el acento estaba en la «o», y resulta que es llana) es un empeño similar al de aquellos que condensaban el Padrenuestro en un palillo de dientes y salían en el libro Guiness de los Récords.
La descomunal tarea la imaginaron Gerardo Vera y Juan Echanove, que en el «Pacto del Comercial» (la reunión se celebró en el desaparecido café madrileño) se conjuraron para llevar la novela de Fiodor Dostoievski a la escena; para esta labor Vera ha contado con la colaboración de su mano derecha, José Luis Collado. Los dos han exprimido el libro para destilar en casi tres horas de función la historia pasional, decadente y destructora de los miembros de una familia, los Karamázov, marcada por el deseo, el rencor y los remordimientos, en la que la actitud dañina y devastadora de un padre cruel e indecente marca el destino de sus hijos.
La versión que firma Collado y que dirige Vera ha sabido recoger el tuétano de la historia y mantener el perfume de la Rusia decimonónica que avanza ya inexorable hacia la revolución. Posee tensión, poesía, peso, suciedad, intensidad -quizás demasiada-, furia, ambición, sexualidad, angustia, odio... para componer un fascinante y magnético relato, que pierde fuelle sin embargo en las escenas finales, tras la muerte del patriarca, Fiodor Karamázov, en las que le cuesta remontar el vuelo.
Gerardo Vera, autor también de la escenografía, ha dibujado con la valiosísima ayuda de Juan Gómez Cornejo (iluminación), Luis Miguel Cobo (música), Alejandro Andújar (vestuario) y Álvaro Luna (audiovisuales), un espectáculo monumental en su sencillez, de una ocre oscuridad a la vez sugerente y envolvente, y de una sobresaliente factura.
Pocas veces he visto yo una fiebre colectiva como la que han vivido durante el proceso de ensayos los actores de este montaje, invadidos por una perturbadora corriente eléctrica. Y en esta clave de excitación hay que ver la actuación -magnífica, en líneas generales- de los intérpretes, muy exigidos todos por el tono y las características de la función, con el diapasón de la tensión muy alto, y por la complejidad y vehemencia de sus personajes.
Juan Echanove pone el listón muy elevado: su Fiodor Karamázov es poderoso, irradiador, contagioso, agotador, magnético... Dibuja el oscuro lienzo de su personaje con detallados perfiles, apoyado en una voz seductora y un intenso trabajo corporal. A su lado, destacan Óscar de la Fuente, que compone un admirable Smerdiakov, «sanchesco» y sibilino al tiempo; Lucía Quintana, que le otorga nobleza a su sufriente Katerina; Marta Poveda, que llena de carnalidad y de salvaje emoción a su Grúshenka; y Ferrán Vilajosana, que le da tormento a su Aleksei, la única luz que se asoma en el tétrico paisaje que dibuja Dostoievski.
La foto es de Sergio Parra
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