El público (los espectadores, no la obra de Lorca)



Hace un par de meses, publiqué en el blog de Max, no te pongas estupendo, en la revista Godot, este texto, que recupero aquí para los que os interese leerlo. Utilizo para ilustrar el post la imagen elegida por los teatros del Canal para esta temporada, cuyo lema además me resulta muy cercano.


Sin ellos, sin los espectadores, no hay teatro, eso está claro. El hecho escénico tiene como único objetivo la comunicación del escenario con el patio de butacas, o así lo entiendo yo. Todo se hace por y para ellos, y no conozco a nadie, ya sea actor, director, bailarín o cantante que no busque el aplauso del público. Todos queremos que nos quieran, y subirse a un escenario no es la excepción.
 
Pero el público es el gran misterio de las artes escénicas. Ese ser informe que no tiene nombre ni imagen; desconcertante, imprevisible, inescrutable, intimidante, implacable; tan molesto como necesario, tan absurdo como inteligente, tan cálido como cruel. El que habla con su respiración, con su silencio, con sus toses y sus risas, con sus carraspeos, con la nerviosa inquietud de sus posaderas.
 
El público es esa persona que se sienta dispuesto a que le engañen, sabedor de que nada de lo que va a ver es cierto. Es el cómplice de un juego maravilloso. Está dispuesto a disfrutar riendo o llorando, gozando o sufriendo; es aquel que es capaz de hipotecar dos horas de su vida desde  varios meses atrás para poder ver una determinada función, a un director de prestigio o a un actor que le fascina. Es aquel que no tiene nada mejor que hacer y decide combatir el frío o el calor metiéndose en una sala para pasar un buen rato. Es aquel que acude obligado por sus profesores y con la tarea de enterarse bien de lo que ve, porque mañana le preguntarán por la obra; aunque a él lo único que le interesa es el escote de la rubia del asiento de al lado. Es ese señor a quien maldita la gracia que le hace ir al teatro esta tarde, que hay partido de la Champions, pero al que la mujer le ha obligado.
 
Es ese que se ríe nada más aparecer en escena ese actor tan gracioso de la tele y que todavía no ha dicho ni hecho nada. Es ese al que le suena el móvil en el silencio más dramático y no sabe cómo silenciarlo. Es ese compañero de clase en el curso de interpretación que piensa que es él quien debería estar en escena porque tiene mucho más talento. El público es el que replica una de tus frases antes que tu compañero de reparto, el que comenta lo que te está ocurriendo, el que se va a los diez minutos porque yo venía a ver una comedia y esto no lo es, el que se ríe donde no estaba previsto o no lo hace donde estaban previstas las carcajadas.
 
El público es aquel al que, después de dos horas de una función intensa y complicada, solo se le ocurre elogiar el maquillaje y el vestuario de la protagonista, o el que admite su decepción porque ese que sale en la serie no ha dicho la frase que suele decir y con la que me río tanto. Es ese que te saca de quicio porque se pasa la función pendiente del móvil y del WhatsApp -¡para qué habrá venido!- o porque no hace más que cuchichear a su compañero de butaca.
 
El público es esa persona capaz de darte la vida con un sollozo o con una carcajada, es aquel cuya mirada tratas de escudriñar en la oscuridad, es al que odias o al que amas, al que no comprendes porque no se está riendo, el que está frío, el que tienes que levantar, el que te obliga a poner toda la carne en el asador.
 
El público es por quien lo haces todo, y al que le debes todo el respeto del mundo. Aunque no siempre se lo merezca.

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