Nacho Duato y el Staatsballett de Berlín


Ha pasado por Madrid Nacho Duato para presentar en el Teatro Real a la compañía que dirige ahora, el Staatsballett de Berlín (compañía creada para unificar la danza en los tres teatros de ópera que hay en la capital alemana: Deutsche Oper, Staatsoper y Komische Oper). Ha ofrecido dos programas, de los que ya he hablado en ABC: uno, con el clásico de Chaikovski «La bella durmiente», en versión del propio Duato, y tres coreografías contemporáneas el segundo.

No es Nacho Duato una persona que pase desapercibida. Tiene la capacidad de crear polémica cada vez que habla. En julio le dijo a mi amiga Concha Marcos, de la agencia Efe, que no se sentía español. Y, cómo no, fueron muchos los que se echaron sobre él. Hablé con él sobre estas palabras: no pensaba ni de lejos que alguien se lo tomaría a mal. Ese es, creo, un defecto de Nacho: que no mide el alcance de sus declaraciones. Él ha sido siempre una persona que no ha sabido callarse, que dice siempre lo que piensa -aunque algunas veces ha hablado sin pensar- y que, a pesar de sus cincuenta y ocho años (¿dónde hay que firmar para llegar así a esa edad?), conserva un punto naïf en su comportamiento. En esto discrepo de varios colegas míos, que le creen más calculador; tal vez esté yo equivocado.

A Duato se le ha preguntado también estos días por su cambio de actitud hacia el ballet clásico. Su versión de «La bella durmiente», naturalmente en puntas, es completamente académica y ortodoxa, cuando en su etapa madrileña el ballet clásico parecía producirle urticaria. ¿Qué ha cambiado? Obviamente, su llegada a Rusia y ponerse al frente de una compañía diseñada para bailar los grandes títulos del repertorio balletístico, en una ciudad donde los grandes ballets forman parte de su ADN. 

«Si yo hubiera tenido la compañía y los medios que tuve en Moscú y en Berlín (la producción de «La bella durmiente» costó 1,5 millones de euros) -argumentaba Nacho, que presumía de viajar con ocho sastras-, hubiera hecho clásicos en España». «No tenías tantos medios -le dije-, pero tampoco querías hacer ese repertorio. En ese momento ni te lo planteabas». «Si hubiera estado en Moscú en esa época sí lo hubiera montado», concluyó.

Cuando Nacho Duato volvió a España, en 1990, la Compañía Nacional de Danza (que entonces se llamaba Ballet del Teatro Lírico Nacional, y estaba adscrita a la Zarzuela) acababa de presentar una muy digna producción de «La fille mal gardée». Bajo la dirección de Maya Plisetskaya, Valentina Savina y Azari Plisetski habían desarrollado un extraordinario trabajo y la compañía estaba en el buen camino para crecer y poder abordar el repertorio clásico. Nacho Duato decidió -porque así lo entendía- tomar otro rumbo y centrarse en un repertorio contemporáneo. No olvidemos que hubo bailarines que decidieron emigrar, como Arantxa Argüelles, y otros que vieron ensombrecido su trabajo. Se formaron dos grupos: uno con los bailarines que Duato usaba y otros, el banco, que apenas pisaban el escenario.

Duato rechaza la acusación de que la Compañía Nacional de Danza era una compañia de autor; yo se lo he reprochado. Naturalmente que trajo, como ha argumentado, a grandes coreógrafos como Jiri Kylian o William Forsythe. Pero el mayor porcentaje de los trabajos de la compañía llevaban su firma, algo que -a mí me lo parece, al menos- no debe ocurrir en una compañía pública, donde deben estar representados el mayor número de estilos y de lenguajes.

Tampoco ha podido quejarse de medios. No sé si llegaba a los presupuestos del Mijailovski de Moscú o del Staatsballett de Berlín -seguramente no-, pero durante los veinte años que estuvo en Madrid hubo muchas etapas de vacas gordas y se pusieron a su disposición medios más que suficientes. En lo que sí tiene razón -y ahí se demuestra el escaso o nulo interés de nuestra Administración, sea del signo que sea, por la danza- es en la falta de un teatro en el que desarrollar una labor continuada.

Admiro a Nacho Duato. Es un coreógrafo de mucho talento, y en España hemos disfrutado de él con frecuencia. Le tengo afecto también: siempre, a pesar de mis discrepancias, hemos tenido un trato cordial. Conmigo siempre ha sido educado e incluso afectuoso. Le deseo muchos éxitos en Berlín, espero que su compañía siga visitando España, y deseo que sus coreografías vuelvan a la Compañía Nacional de Danza. Pero, desde mi personal punto de vista, naturalmente; puedo no tener razón, al César lo que es del César.

Y una última reflexión para los responsables del Teatro Real: las funciones de «La bella durmiente» han estado llenas; las del programa mixto contemporáneo, no... ¿Conclusiones?


La foto es de mi admirado y querido Ignacio Gil

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