«Perdona si te mato, amor», de Carlota Pérez-Reverte


Desde el momento de anunciarse, hace unos meses, que el Teatro Español iba a estrenar, en el Matadero, una obra de Carlota Pérez-Reverte, empecé a escuchar críticas hacia esta decisión; en todas ellas se censuraba que se programara a esta autora, porque su único mérito -se decía- era ser hija de Arturo Pérez-Reverte, el autor de las novelas de la saga del capitán «Alatriste». Comentarios de este tipo son más frecuentes de lo que debieran en el mundo del teatro (también lo son en otros ámbitos, cierto), dominado a menudo por clanes, círculos y camarillas que arropan a los suyos y desprecian al resto.

No sé, ciertamente, cómo llegaría la obra de Carlota Pérez-Reverte al despacho del entonces director del Teatro Español, Natalio Grueso. Sí presumo que el nombre de su progenitor sería un factor decisivo para que la obra fuera leída, y tal vez para que fuera programada. La propia autora debe de ser consciente de ello, máxime cuando es una mujer ajena al mundo del teatro (es historiadora) y su intención al escribir «Perdona si te mato, amor» (su primer texto dramático) no contemplaba la opción de estrenar la obra. Pero condenarla antes de juzgarla, como se hizo, es absolutamente injusto. Máxime cuando la obra merece muchos elogios, y el texto -así como la puesta en escena de Alberto Castrillo-Ferrer- tiene mayor calidad que otras muchas propuestas que, con ínfulas superiores, se han presentado en el mismo escenario.


Carlota Pérez-Reverte rinde en «Perdona si te mato, amor» un homenaje al cine negro clásico con una divertida e ingeniosa comedia en la que muestra su rendida admiración a dramaturgos como Miguel Mihura o Enrique Jardel Poncela, cuyo espíritu está en las escenas y personajes de la obra (a algunos no nos extrañaría encontrárnoslos en una de sus comedias), que destila un humor absurdo y chispeante, y que la autora ha salpicado de chistes y situaciones llenos de ocurrencias. 

Sostengo desde siempre que uno de los baremos por los que se ha de juzgar una obra son sus pretensiones. Y «Perdona si te mato, amor» tiene tan solo una intención: entretener, divertir y hacer pasar al público un rato agradable: y eso lo consigue con creces. Si se rasca un poco, además, se puede saborear la pimienta que está espolvoreada por todo el texto. Pero no busquéis intensidades, filosofía ni dobleces, porque no las hay. Carlota Pérez-Reverte cuenta una historia ocurrente y disparatada, con giros inteligentes y agudos y un final rematado con habilidad. 

Alberto Castrillo-Ferrer (que ya dirigió en el mismo escenario la magnífica «Feelgood») no lo tenía fácil, porque la obra presenta no pocas dificultades para su puesta en escena; un reparto numeroso, de diez personajes (que interpretan seis actores), y variados escenarios, que ha resuelto con una práctica escenografía (que firma Manuel Pellicer) dividida en varios espacios, lo que le otorga el dinamismo que pide la trama de la comedia.

El director ha contado para su trabajo con la complicidad de la propia autora que, según me contaron los dos, ha sido una más de la compañía, y ha ido moldeando el texto (incluso con una escena nueva que no estaba en el original) para adaptarlo a las necesidades de la puesta en escena. El resultado es un montaje sencillo. fresco, divertido y luminoso, en muchos momentos casi de dibujos animados, un tono adecuado para el texto. Los seis actores -Nacho Rubio, Rafa Blanca, Javi Coll, Julián Ortega, Antonia Paso y Silvia de Pe- son cómplices necesarios, y su disposición para el juego que les propone Castrillo-Ferrer es admirable y hace que la función discurra con fluidez.

En el teatro español es frecuente leer, junto a los títulos de las comedias, la frase «Juguete cómico»; no se me ocurre mejor definición para «Perdona si te mato, amor». Y a mí me gustará, si hay otra ocasión, volver a jugar con Carlota Pérez-Reverte.

La foto es de Sergio Parra

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