«El viaje a ninguna parte», de Fernando Fernán-Gómez, en el Centro Dramático Nacional

Siempre he considerado «El viaje a ninguna parte» como una de las películas más importantes del cine español. Personalmente, me apasiona la peripecia de esa compañía familiar de actores caminando por los pueblos de la España de los años cincuenta, que relató Fernando Fernán-Gómez, primero en una novela y después en el guión de la película que protagonizó él mismo junto a José Sacristán, María Luisa Ponte, Juan Diego, Laura del Sol, Nuria Gallardo y Gabino Diego.

Ahora, gracias al impulso de Ernesto Caballero, director del Centro Dramático Nacional, el relato se ha llevado al teatro. Es, de alguna manera, la vuelta al hogar de esos personajes, encarnación de decenas de actores que llevaban la escena en las venas y los huesos doloridos por las largas caminatas y las noches pasadas de cualquier manera y en cualquier lugar. La adaptación la ha realizado Ignacio del Moral, y la dirección del espectáculo se le ha encomendado a Carol López. Amparo Fernández, Antonio Gil, Andrés Herrera, Olivia Molina, José Ángel Navarro, Tamar Novas, Miguel Rellán y Camila Viyuela componen el reparto de esta versión teatral de un texto cariñoso, nostálgico y emocionante.

Lo mejor que se puede decir de la función, magnífica, es que, como el texto, es también cariñosa, nostálgica y emocionante; y que el sepia retrato de la época y de la historia está coloreado a mano por las acariciadoras dirección e interpretación de todos los actores. Fernando Fernán-Gómez dibujó unos personajes patéticos, que mueven a la compasión tanto como al afecto. Su amor al oficio de actor, que es al tiempo su miseria y su sustento, les ciega y les condiciona; solo Carlitos, el más joven y recién llegado, es capaz, desde su simpleza, de decir lo que piensa: «Este oficio vuestro es una mierda». La función (creo que el bello espacio escénico no está bien utilizado, y eso le resta en algún momento la intimidad necesaria) hace transitar a sus personajes por el sendero de la emoción, del humor y del recuerdo. Viven -malviven- en tiempos duros y cambiantes; el cine y el fútbol, dicen, son sus grandes enemigos, los que «matarán» el teatro y modificarán su oficio. Es lo mismo -pensaba yo mientras veía la obra- que le sucede al periodismo de papel. Quizá por eso la historia de los «Galvanes» me seduce y me emociona más.

Carol López conduce el espectáculo con sensibilidad y buena caligrafía, lo llena de imágenes, hasta desembocar en una enternecedora escena final. Ya he dicho que el trabajo de todos los actores, sin excepción, es brillante y magnífico, pero me gustaría destacar la jerarquía de Miguel Rellán -conmovedor hasta la lágrima en la célebre escena del rodaje de la película: «¡Esto del cine es una mierda»!-, la finura de la pincelada de Antonio Gil, la comicidad de Tamar Novas y la luminosa frescura de Camila Viyuela.

La foto es de David Ruano

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