La Compañía Nacional de Danza, en puntas

La Compañía Nacional de Danza cumplirá en 2014 treinta y cinco años de vida. Una vida agitada en sus primeros tiempos por sus continuos cambios de dirección: comenzó Víctor Ullate dirigiendo el que era entonces Ballet Nacional de España Clásico. Le sucedió la maestra aragonesa María de Ávila, y a ésta la rusa Maya Plisestskaya, con un interregno bajo la dirección de Ray Barra. El conjunto pasó a llamarse entonces Ballet del Teatro Lírico Nacional, quedándose después en Ballet Lírico Nacional solamente. Cada uno de los directores le imprimía su personalidad, pero la base del trabajo y del repertorio era el ballet clásico y neoclásico.

Hasta que, en 1990, llegó Nacho Duato, formado en compañías como el Cullberg Ballet y el Nederlands Dans Theater, donde había empezado a cimentar su fama de buen coreógrafo. Con Duato, las zapatillas de puntas volvieron al armario, lo mismo que el repertorio forjado hasta entonces en la compañía, que pasó además a denominarse Compañía Nacional de Danza. Hace tres años, Duato dejó el conjunto; le sucedió, provisionalmente, Hervé Palito, hasta la llegada de José Carlos Martínez, durante muchos años primer bailarín de la Ópera de París.

A pesar de sus dos metros de estatura, José Carlos Martínez es, lo he dicho en ABC en más de una ocasión, un hombre discreto. Otras cualidades que le adornan: tranquilidad, prudencia, sensatez, cautela, elegancia... Se le contrató para que sacara las zapatillas de punta del armario, pero no se le metió prisa. Tampoco lo hubiera permitido. Nacho Duato dejó una compañía de calidad, reconocida internacionalmente... Pero que no estaba diseñada ni preparada para abordar un repertorio clásico. Sin ruido, con mucho trabajo de estudio y audiciones, José Carlos está empezando a moldear a la compañía y a darle forma para poder abordar con igual calidad los ballets más exigentes. Lo ha dicho él. «No montaré "El lago de los cisnes" si no tengo los bailarines apropiados». Sabe que no hay nada más patético que un ballet clásico mal bailado, y sabe también que las prisas no son buenas consejeras; nunca lo son, pero en el caso de una compañía de ballet, menos aún. Treinta y cinco años son poco tiempo para que un conjunto haya adquirido el poso necesario para estar en primera línea; pero treinta y cinco años de cambios lo hacen imposible.

En el teatro de la Zarzuela ha dado la Compañía Nacional de Danza un primer paso hacia la recuperación de un repertorio que ha de ser una de sus columnas vertebrales. Curiosamente, ninguna coreografía tiene más de cincuenta años de vida. Son, por decirlo de algún modo, contemporáneas de la CND; desde luego, nada que ver con el «rancio» siglo XIX que algunos aborrecen (coreográficamente hablando). Se puede discutir (ahí ya entran los gustos personales) la mayor o menor calidad de lo presentado: a mí las coreografías me parecen magníficas y los resultados obtenidos por los bailarines notables. Pero lo que me parece indiscutible es la idoneidad del camino de la prudencia emprendido por José Carlos Martínez, un hombre tranquilo... Como John Wayne.

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