Hermanas

Tenía mucho interés por ver «Hermanas", de Carol López, después de releer lo que escribió mi admirado Marcos Ordóñez tras el estreno de la obra en Barcelona. También el reparto, con Amparo Larrañaga, María Pujalte y Marina Sanjosé, despertaba mi curiosidad. Terminó de atraerme lo que Amparo y María me dijeron sobre la forma de trabajar de Carol y su manera personal de montar las obras, planteando situaciones a partir de las cuales los actores desarrollaban los diálogos.

El texto de «Hermanas» no descubre América (ni falta que le hace). No hay nada más viejo que la tragicomedia, en la que la muerte es el origen de las situaciones cómicas y de las risas, para dejar tras de sí un poso amargo y oscuro. Eso es la obra de Carol López, en la que una familia (una madre, sus tres hijas, el hijo de una de ellas y la actual pareja de ésta) se reúne tras la muerte del padre (luego viajaremos hasta un año después). Ninguna de las hermanas tiene nada en común; son radicalmente distintas: una de ellas es resolutiva, autoritaria; la otra apocada y conformista, y la tercera alocada y despreocupada. Y, como es de esperar, surgen situaciones disparatadas, salen a relucir los trapos sucios, el rencor acumulado... Y el cariño, que es la base de la comedia, el nudo que las ata las unas a las otras.

Hasta aquí, nada original. Sí lo es, y ahí están los méritos de Carol López, el desarrollo de la acción y su puesta en escena. Desde el nombre de los personajes (todos empiezan por i: Inés, Irene, Ivonne, Isabel e Igor; la única excepción es el novio, elemento ajeno a la familia, Álex) hasta el momento musical de la madre, pasando por el surrealista playback de las hermanas, todo tiene un tono agridulce, absurdo, poderosamente visual y divertido. Hay pegas; me parece que el final se precipita, es abrupto y no corresponde con el tono general de la obra, y algunas decisiones de texto y de dirección no son las mejores y entorpecen el ritmo de la función. Pero no la ensombrecen ni perjudican la nota final. Al notable alto contribuyen las interpretaciones: Amparo Larrañaga lidia con un personajes (y un tipo de teatro) muy alejado de lo que estoy acostumbrados a verla (mi pirmer recuerdo teatral de ella es una comedia titulada «Un día de gloria», creo que con Marisa de Leza, en el teatro Fígaro); María Pujalte es un prodigio de naturalidad, y Marina Sanjosé otorga desvergüenza y descaro a su personaje. Amparo Fernández compone una madre soberbia, Chisco Amado lidia con habilidad su conciliador papel, y Adrián Lamana viste de inocencia (aunque no tanta) el suyo. Una divertida comedia, que llena todos los días (y yo que me alegro) el teatro Maravillas.

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