Antígona

Hace algo menos de dos años, Rubén Ochandiano presentó en el hall del teatro Lara su cautivadora versión de «La gaviota», una carta de amor al teatro a través del inmortal texto de Chéjov (en una adaptación muy personal). Era su carta de presentación como director, que toma la alternativa ahora en el majestuoso y peligroso espacio de las Naves del Español, en el Matadero. Ha escogido otro texto que lleva alojado en el corazón desde hace muchos años: la «Antígona» de Jean Anouihl, una versión que prefiere a cualquier otra por ser la más poética. Y poesía hay también en su montaje, lleno de sugerencias, de olores y de profundos sentimientos.

Tuve la suerte de asistir a uno de los ensayos de la obra en el Teatro Español hace unas semanas, y me asombró y cautivó el mimo con el que Rubén cuidaba a sus actores, el puntillismo con el que dibujaba sentimientos,movimientos y razones de sus personajes, como moldeaba los detalles para limpiar cualquier arista que pudiera haber en la puesta en escena y que así la historia pudiera alzarse sin obstáculos. 

El resultado final es un espectáculo hermoso, intenso, de una potencia visual extraordinaria. Rubén Ochandiano ha transformado a los personajes en unos freaks, una singular parada de los monstruos que habitan un espacio y un tiempo indeterminados. Ochandiano pretende con el montaje el sentido ritual del teatro, y su «Antigona» tiene a veces el aroma del esqueleto de una gran ópera.

«Antigona» es, según el director, el primer acto de libertad, y así presenta la rebeldía constante y obstinada de la protagonista, su necesidad de cumplir con su deber para encontrar la paz, y no ceder así ante la condescendiente actitud de Creón. El texto de Anouilh se yergue poderoso, con profundos e intensos diálogos y monólogos, aunque a veces, como en el largo interrogatorio de Creón a Antígona, lastren el ritmo de la función, llena por otro lado de hallazgos, como la inclusión del persoanaje de Anouilh, con casi todas sus intervenciones en francés, que nos devuelve la tragedia a nuestros días. Porque es asombrosa la actualidad del texto, con frases que podrían haberse escrito hoy mismo y reflexiones que parecen hechas a la vista de un telediario.  

Ese rito, esa convención teatral a la que apela Ochandiano en su montaje es lo que hace que se acepte que él pueda ser el padre de Hemón (Sergio Mur). Eso y una interpretación llena de autoridad, de brillantez, de dureza. También Nawja Nimri sabe darle el acento doliente y a la vez desafiante a su Antígona. Toni Acosta está perfecta como el reverso de la heroína, patética, temerosa y cobarde, y Sergio Mur y Nico Romero ponen gotas de calidad a sus cortas intervenciones. 

La foto es de Sergio Parra

 

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