Joaquín Rodrigo y su hija Cecilia

Gracias a una invitación de la encantadora Cecilia Rodrigo, he vuelto a la casa donde vivió el maestro Joaquín Rodrigo, uno de los más grandes compositores de la música española. Ha sido para un agradable almuerzo con distinas gentes del mundo de la música y la danza, entre allas los bailarines Lola Greco, Carlos Vilán y Sergio Bernal, los directores de orquesta Carlos Kalmar y Ramón Torres Lledó y, naturalmente, el excelente violinista Agustín León Ara, marido de Cecilia.

Visité aquella casa en noviembre de 1986, pocos días antes de quue el compositor cumpliera 85 años (el 22 de noviembre, día de Santa Cecilia, patrona de la música); y no recordaba que volví diez años después, en mayo de 1996, cuando le otorgaron el premio Príncipe de Asturias. ¡Qué curiosa la memoria! Me dijo Cecilia Rodrigo que recordaba perfectamente ese día, del que yo no guardo ninguna imagen (he tenido que recurrir a la hemeroteca de ABC), y sin embargo no se me ha despintado la primera entrevista con Joaquín Rodrigo. 

No hace falta que os diga quién es Joaquín Rodrigo ni lo que significa en la música española. Para mí, un furibundo aficionado entonces (con el tiempo sigue mi pasión, pero muy solapada por el teatro y la danza), conocer a Rodrigo suponía un emocionante acontecimiento. Yo estaba a punto de cumplir veintitrés años, y estar ante una leyenda me imponía y me fascinaba. Sentados a pocos metros de su piano, conversamos durante un buen rato (a tenor de la extensión de la entrevista que publiqué en ABC) y me habló de su pasado, su presente y su música. Y fue él mismo quien cerró amablemente la conversacion -acababa de llegar de viaje, quería descansar, y eran además 85 años- con una tímida frase: «Bueno, pues con esto yo creo que ya tiene...» 

Me ha hecho mucha ilusión volver a aquella casa donde está la sede de la Fundación Joaquín Rodigo y donde su hija Cecilia cuida de que el legado se mantenga en las mejores condiciones y siempre dispuesto para que investigadores y estudiosos lo consulten. «Está todo igual que cuando vivía mi padre», me decía. Cuadros, esculturas, carteles, partituras, fotografías... Es un evocador museo que recuerda la figura de un compositor excepcional y una persona, según mi recuerdo, apacible y amable; cualidades que ha heredado su hija, una mujer tenaz en el esfuerzo por mantener viva la memoria de su padre más allá de su música, y a la que se le encienden los ojos cuando de habla de danza, su gran pasión. Si él era un gentilhombre (como el título de la partitura que dedicó a Andrés Segovia), su hija es una «gentilmujer».

La foto es de mi amigo Ángel de Antonio

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