«Tres años» y «Los hijos se han dormido»

Tengo una amplia deuda con vosotros, y varios temas sobre los que escribir en el blog. Espero poder saldarla lo antes posible. Para empezar, hablaré de «Tres años», de Chéjov, que se puede ver en la sala La Guindalera hasta finales de noviembre. Entono el mea culpa y me declaro culpable de no haber ido antes a esta sala, abierta hace ocho años y de la que tenía excelentes referencias. Y mi primera visita no ha podido ser más positiva, tanto por el trato que recibe el espectador como por el espectáculo ofrecido. «Tres años» es un montaje de Juan Pastor basado en un relato de Anton Chéjov, con el amor, la rutina, la resignación y la búsqueda de la felicidad como telón de fondo. Pastor la acerca a la España de los años treinta, pero no hay más intención que las de acercar y acomodar a los personajes. La historia de Alejandro, enamorado de Julia, que no le quiere pero accede a casarse con él por huir de su vida provinciana, es el eje en torno al que se vertebran otras historias tangentes.

Todo está hecho con una sensibilidad y un buen gusto extraordinario. Unos pocos muebles -cubiertos al principio con sábanas, con un efecto evocador- componen la escenografía, y con tan pocos elementos son los actores y su relato -en varias ocasiones se dirigen al público- quienes tienen todo el protagonismo. La interpretación es luminosa, aunque a veces, según lo requiera el momento, tenga el tono del ocaso. Es primorosa, delicada, detallista, artesanal y muy a menudo divertida. Raúl Fernández, María Pastor, José Maya, José Bustos y Alicia González suenan como una afinada orquesta de cámara, con intervenciones solistas de primer nivel, especialmente los dos primeros.

«Tres años» es teatro cercano, íntimo, y es también teatro sin aspavientos, teatro sincero, donde la palabra toma el protagonismo absoluto.

Y otro Chéjov, totalmente distinto, es el que propone Daniel Veronese en el Matadero: «Los hijos se han dormido», versión de «La gaviota», con un reparto estelar: Malena Alterio, Diego Martín, Miguel Rellán, Pablo Rivero, Marina Salas, Malena Gutiérrez, Aníbal Soto, Alfonso Lara, Susi Sánchez y Ginés García Millán.

Es la tercera vez que Daniel Veronese se enfrenta a textos de Chéjov y se los lleva a su terreno. Si hay un llamado teatro de tresillo o teatro de sofá, el suyo es teatro de mesa camilla, de mesa de cocina. Veronese transforma a los personajes chejovianos decimonónicos en personas recién salidas de nuestras calles, y las enfrenta a esos conflictos humanos imperecederos como son el amor no correspondido (en esta obra nadie ama a quien debe), el afán de inmortalildad, el paso del tiempo o la creación artística.

La versión es limpia y posee naturalidad y ritmo, sin perder la fuerza y la energía del original, ese drama punzante que rodea las vidas de todos los atormentados personajes. Yo eché de menos algo más de divismo en el personaje de Irina, más irritada que altanera; y hay también algo en el ambiente general que hace que la versión no alcance la redondez que esperaba; me gustó, pero no me fascinó

El reparto está a la altura de las expectativas, con un notable alto en general y un sobresaliente para Miguel Rellán, Marina Salas, Malena Alterio y, sobre todo, Diego Martín.

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