Miguel del Arco

Ya hablé hace unas semanas en este blog, a propósito del estreno de «Veraneantes», sobre Miguel del Arco. Vuelvo a hacerlo ahora porque el lunes compartí con él un esperpéntico viaje a Pamplona (siete horas de tren y autobús por culpa de un descarrilamiento en Calatayud, cuando lo que se tarda habitualmente son tres horas) y mantuvimos después una entretenida e interesante conversación, al menos para mí, ante aproximadamente cuarenta personas en el palacio del Condestable de la capital navarra, dentro del festival del teatro Gayarre. Antes ya habíamos charlado un largo rato durante el viaje, y cenamos después con José María Moreno, responsable de comunicación del Gayarre,  así que nos pasamos hablando medio día. A ello hay que sumar la entrevista de hora y pico que tuvimos hace unos días en La Abadía para preparar la conversación de Pamplona.
Conozco personalmente a Miguel desde hace poco tiempo. Nos encontramos por vez primera cuando fui a ver «La función por hacer» al Lara, el 1 de enero del año pasado, aunque le admiraba desde que interpretó a Javert en «Los miserables», hace ya casi veinte años. Ahora le admiro mucho más, claro. Y siento una gran simpatía por él, entre otras cosas por el buen trato que le ha dispensado siempre a mi sobrino Pablo, a quien le ha picado el veneno del teatro, como los seguidores del blog bien sabéis. Me gusta el teatro de Miguel del Arco y me gustan sus ideas sobre el teatro. En estas conversaciones he encontrado a un hombre independiente, feliz con su situación -sus montajes se cuentan por éxitos y todo el mundo quiere contar con él o ser dirigido por él-, pero con los pies en el sueo y consciente de que lo que hoy son mieles mañana se pueden convertir en hieles. Tiene en marcha varios proyectos, que por respeto a él no revelaré, y quiere, en septiembre, tomarse un descanso para no perder la frescura que han mostrado todos sus trabajos.
Es un hombre abierto pero sus opiniones son firmes y no se casa con nadie. Si algo no le gusta, lo dice sin pretender ser políticamente correcto pero sin perder el respeto por la persona de la que está hablando. Nunca descalifica; simplemente expresa su opinión con sinceridad.
Admira a Mario Gas y cree -como yo- que su labor al frente del Español es extraordinaria; se siente a gusto al lado de directores como Claudio Tolcachir y Alfredo Sanzol, dos creadores con los que comparte muchas cosas, entre ellas las de ser puntas de lanza de un nuevo teatro en España (aunque Tolcachir sea argentino y trabaje allí más que aquí, está prácticamente adoptado). Es crítico con diversos estamentos del sector y le preocupa la relación con Ayuntamientos y Comunidades, cuyos impagos -lo denunció en los Max- ponen en peligro el mantenimiento de productoras como la suya, ya que las giras de determinados espectáculos, como «Veraneantes», resultan insostenibles económicamente.
Espero seguir disfrutando en el futuro del teatro de Miguel del Arco, pero espero también, y sobre todo, seguir disfrutando de él. 

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