Flotats y Beaumarchais
Siempre que he entrevistado a Josep Maria Flotats -y van unas cuantas veces- me he encontrado con un hombre de una exquisita educación y una atenta cordialidad. También a un hombre que respira teatro, que vive teatro. Sus propuestas, más o menos aplaudidas, están teñidas siempre de una calidad y una pulcritud incuestionables. Flotats es un esteta, sin duda, también un hombre al que le gusta cuidar todos los detalles sobre la escena y ofrecer espectáculos limpios, elegantes... Son sin duda la prolongación de su carácter. No esconde -sería absurdo que lo hiciera- su fascinación por la cultura y el teatro franceses; no en vano se formó en Francia y trabajó con compañías como el Théâtre de la Ville de París o en la Comédie-Française. Arte, de Yasmina Reza; Paris, 1940, de Louis Jouvent; La cena, de Jean-Claude Brisville; Stalin, basada en la novela de Marc Dugain; y Encuentro de Descartes con Pascal joven, de Jean Claude Brisville, han sido sus últimos trabajos antes de emprender la aventura que desde hace unos días se puede ver en el teatro Español: Beaumarchais, de Sacha Guitry, una obra que ha tardado sesenta años en ver la luz.
Flotats habla de Beaumarchais con decidida pasión y narra su vida con un entusiasmo contagioso. En España apenas conocemos a Beaumarchais más que como el autor de las obras que inspiraron dos magníficas óperas: Las bodas de Fígaro, de Mozart; y El barbero de Sevilla, de Rossini. Los textos originales apenas han visitado nuestros escenarios, y la figura del dramaturgo nos queda muy lejana. Sin embargo, la obra de Guitry (basada en la biografía de Beaumarchais que escribió Gudin de La Brenellerie, uno de los personajes de la función) nos revela a un hombre enormemente polifacético, cuyas ideas fueron inspiración para la Revolución francesa, que hizo negocios en la tierra y el mar (tuvo cuarenta barcos), que colaboró decisivamente en el apoyo de su país a la independencia de Estados Unidos, y que poseía un ingenio desbordante. Todo ello está en la interpretación, prodigiosa, que Flotats hace de Beaumarchais (también de Guitry, en un breve y bonito homenaje que el actor y director catalán le dedica); su papel es mucho más que la columna vertebral de la función, y él colorea con el tono exacto cada uno de los momentos del personaje, dándole luz permanente.
Tiene Beaumarchais, además, secundarios de lujo, como Pedro Casablanc, María Adánez (que en la imagen aparece con Flotats), Carmen Conesa, Ramón Barea, Raúl Arévalo o Constantino Romero, que afinan perfectamente sus particellas y empastan con el solista de un exquisito concierto dieciochesco en el que el hermoso vestuario de Franca Squarciapino, la escenografía proyectada de Ezio Frigerio y la luz de Vinicio Cheli son perfectos acompañantes.
Foto de Ros Ribas
Flotats habla de Beaumarchais con decidida pasión y narra su vida con un entusiasmo contagioso. En España apenas conocemos a Beaumarchais más que como el autor de las obras que inspiraron dos magníficas óperas: Las bodas de Fígaro, de Mozart; y El barbero de Sevilla, de Rossini. Los textos originales apenas han visitado nuestros escenarios, y la figura del dramaturgo nos queda muy lejana. Sin embargo, la obra de Guitry (basada en la biografía de Beaumarchais que escribió Gudin de La Brenellerie, uno de los personajes de la función) nos revela a un hombre enormemente polifacético, cuyas ideas fueron inspiración para la Revolución francesa, que hizo negocios en la tierra y el mar (tuvo cuarenta barcos), que colaboró decisivamente en el apoyo de su país a la independencia de Estados Unidos, y que poseía un ingenio desbordante. Todo ello está en la interpretación, prodigiosa, que Flotats hace de Beaumarchais (también de Guitry, en un breve y bonito homenaje que el actor y director catalán le dedica); su papel es mucho más que la columna vertebral de la función, y él colorea con el tono exacto cada uno de los momentos del personaje, dándole luz permanente.
Tiene Beaumarchais, además, secundarios de lujo, como Pedro Casablanc, María Adánez (que en la imagen aparece con Flotats), Carmen Conesa, Ramón Barea, Raúl Arévalo o Constantino Romero, que afinan perfectamente sus particellas y empastan con el solista de un exquisito concierto dieciochesco en el que el hermoso vestuario de Franca Squarciapino, la escenografía proyectada de Ezio Frigerio y la luz de Vinicio Cheli son perfectos acompañantes.
Foto de Ros Ribas
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