Mis montajes de 2017

Lo advierto desde ya. Ésta es una lista profundamente injusta; como todas las listas, pero además porque éste ha sido un año particular para mí y no he podido ver funciones que me interesaban especialmente y que me consta que eran candidatas a ocupar un lugar en ellas. También porque se quedan fuera excelentes montajes que me han tocado de una u otra manera (hablo, por ejemplo, de «Yo, Feuerbach», «Vania (Escenas de la vida)», «Blackbird», «Los universos paralelos», «Un obús en el corazón», «Dentro de la tierra» o «Espía a una mujer que se mata»). Pero al confeccionar cualquier lista hay que elegir, y aquí están los diez montajes teatrales que más he disfrutado a lo largo de este año. No están todos los que son, pero sí son todos los que están (y por orden alfabético).

Billy Elliot


«Billy Elliot» es sin duda uno de las grandes obras del teatro musical de las últimas décadas. Creada a partir de la película que rodó Stephen Daldry -él mismo dirigió el espectáculo original estrenado en Londres-, el musical cuenta con música de Elton John. Cuando lo vi, hace ya muchos años en Londres, estaba convencido de que en España no podría hacerse nunca, simplemente por el hecho de que se necesitan al menos seis o siete niños-adolescentes con un nivel de canto, baile, interpretación, a lo que hay que sumar el carisma, que aquí sería imposible hallar. Me equivoqué, y los productores de esta función -Marcos Cámara y Juan José Rivero, acompañados por el patriarca, José María Cámara- han sabido poner los cimientos para que el espectáculo sea posible. Escribí en ABC con motivo de su estreno: «"Billy Elliot" es un espectáculo iceberg, en el que la ya de por sí elaborada y gigantesca producción esconde una labor aún más ingente de formación y preparación de los niños, que son la columna vertebral de este musical». Sería injusto concluir esta nota sin mencionar al director del espectáculo, David Serrano, cuyo trabajo ha sido tan ímprobo como productivo.

Iphigenia en Vallecas


Este es un proyecto particular, un empeño personal que tiene detrás una historia de amor y desamor: la de su intérprete, María Hervás, que encontró en su personaje de Ifi un remedio para su desilusión personal. «Iphigenia en Vallecas» es un desgarrador monólogo del británico Gary Owen, que adaptó la propia María Hervás y que puso en pie gracias a la ayuda del director Antonio Castro Guijosa. Cuenta la historia de una «nini» sin oficio ni beneficio atrapada en una autodestructiva rutina de la que no puede (o no quiere) salir, y a a la que la casualidad le brinda una aparente salida. Es una historia sincera, dolorosa, que la actriz vive más que siente en escena. Escribí en su momento: «María no interpreta a Ifi, la posee, con un trabajo de fiereza animal, que le surge (y aquí se nota la naturaleza personal del proyecto) del corazón y las entrañas. No hay más que darse cuenta de la intensidad con que clava los ojos en los espectadores, a los que se dirige el monólogo, de una energía y una vehemencia extraordinarias».  

Iván y los perros

La historia de Ivan Mishukov, un niño que con tan solo cuatro años se escapó de casa de sus padres y sobrevivió en el invierno de Moscú acogido por una manada de perros callejeros la convirtió la británica Hattie Naylor en un apasionante monólogo teatral. La compañía 
La Pavana lo puso en pie con la dirección de Víctor Sánchez Rodríguez y la interpretación de Nacho Sánchez. Un texto conmovedor, palpitante, como el espectáculo planteado por Sánchez Rodríguez, que encontró en el joven actor -poseedor de una de las más afiladas miradas de nuestra escena- un cómplice insuperable para transmitir la rabia, el coraje, la angustia, el miedo y la desesperación que muestra el protagonista de este denunciante monólogo, que pone el dedo en la llaga, especialmente, de la falta de humanidad de la sociedad actual. 

La cantante calva

«Existencialismo para todos los públicos». Así definía Luis Luque esta obra de Eugene Ionesco, uno de los capolavoro del teatro del absurdo. Planteada como una monumental caricatura y un guiñol de carne y hueso, la obra es un disparate permanente, con diálogos zambullidos en el absurdo. Luque plantea un montaje que tiene mucho de alta comedia, y ha sabido llevar las riendas de unos actores que, por la naturaleza de sus personajes, podían derivar sus interpretaciones hacia el clown o la caricatura. Los seis -Adriana Ozores, Fernando Tejero, Joaquín Climent, Carmen Ruiz, Javier Pereira y Helena Lanza-, llenaron sin embargo sus papeles de cierto hieratismo made in Britain muy adecuado a una función convertida en esencia del absurdo.

La dama boba

La Joven Compañía de Teatro Clásico es uno de los más estimulantes -y necesarios- proyectos de nuestra escena. Llevar el verso al público más joven de manera que lo sientan como algo suyo y no como un repertorio empolvado y enmohecido es una tarea tan dura como gratificante si llega a buen puerto. Con el montaje de «La dama boba», dirigido por Alfredo Sanzol, la compañía que dirige Helena Pimenta puede darse por más que satisfecha. Es un ejemplo de «respetuosa desacralización» del texto de Lope, presentado con una frescura y una sencillez deslumbrantes, con una falta de complejos y una calidad interpretativa más que notables. Escribí hace unas semanas:  
«Y es que creo que el mayor elogio que se puede hacer del montaje de Sanzol es decir que consigue que un texto escrito en verso en 1623 le resulte moderno al público del siglo XXI, y que la peripecia que contó Lope (con supuestos, en algún caso, profundamente antiguos) aparezca renovada y actual».

La dama duende

Otra dama, esta vez duende y de Calderón, se estrenó en el festival de Almagro en un montaje dirigido por Helena Pimenta para la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Con motivo de su estreno, escribí en ABC: «Hay en la obra, que Helena Pimenta ha llevado al Madrid romántico, gotas de comedia de enredo, incluso de vodevil, con personajes en el umbral de la distorsión. La propia directora hablaba en la víspera, al referirse a ellos, de su fragilidad y perplejidad, y es que Calderón los sitúa ante situaciones sorpresivas y desconcertantes, donde no faltan tanto reflexiones de calado como versos hermosísimos y llenos de musicalidad». Y es que el montaje de Helena Pimenta, protagonizado por una cada vez más enseñoreada Marta Poveda, es diamantino en su transparencia, profundo y musical. Un ejemplo de cómo debe abordarse el repertorio áureo.  

La ternura

No es extraño que Alfredo Sanzol esté en esta lista -y en cualquiera- por partida doble. Es ahora mismo una de las más relevantes figuras de la escena española, desde su doble papel de autor y director. «La ternura» es la obra con la que Sanzol contribuyó a la segunda etapa del proyecto Teatro de la Ciudad, dedicada a la comedia. William Shakespeare era su referente -también el de Andrés Lima, que presentó «Sueños»- y Sanzol creó una comedia, tan inteligente como divertida, de inspiración shakespeariana; una comedia romántica de aventuras llena de, como él mismo escribió, « islas desiertas, naufragios monumentales, reyes frágiles, y reinas soñadoras, leñadores miedosos y pastoras tempestuosas, seres mágicos, situaciones imposibles, amores posibles, cambios de identidad, pasiones desatadas, odios irracionales, deseos incendiarios, giros sorprendentes, fantasmas borrachos, apariciones, desapariciones, encuentros, desencuentros», y el deseo de encontrar la ternura. 

Las crónicas de Peter Sanchidrián

El Pavón Teatro Kamikaze se ha convertido en su poco más de un año de existencia en uno de los referentes de la escena madrileña. En sus salas -la principal y el ambigú- se han podido ver varios de los montajes más destacados del año. Uno de ellos es, bajo mi punto de vista, «Las crónicas de Peter Sanchidrián», escrita y dirigida por José Padilla, una de los más destacadas voces de la escena española. Se trata de un montaje collage, compuesto por historias muy distintas pero unidas por un hilo común: la llegada del fin del mundo y un viaje galáctico para evitarlo. Con el mundo del cómic como principal referencia, Padilla crea un texto tan inteligente como divertido, tan punzante como reflexivo, tan profundo como irreverente; sus historias viajan hacia el disparate y la caricatura, se zambullen en el absurdo, pero siempre salen a flote -unas más que otras, lógicamente- por la inteligencia de su escritura. Sus cómplices, seis magníficos actores: Cristóbal Suárez, Juan Vinuesa, José Juan Rodríguez, María Hervás, Laura Galán y Antonia Paso.    

Magnani aperta

La crisis motivó el nacimiento en Madrid de lo que podríamos llamar «teatro de supervivencia» con sus luces (la efervescencia creativa) y sus sombras (la precariedad). Este montaje escrito, dirigido e interpretado (junto a Nerea Portela o Virginia Lázaro) por Arantxa de Juan, es un magnífico ejemplo de que se puede hacer buen teatro en cualquier parte, y que para ello solo se necesita un actor y un foco. Arantxa de Juan ha montado esta singular función en su casa; el público entra en su dormitorio, en su cocina, en su salón, para recrear la historia de esa arrebatadora actriz que fue Anna Magnani. A través de ella asistimos a los últimos días de una mujer que, en palabras de Arantxa de Juan, «supo defender su dignidad con uñas y dientes y disfrutó de los placeres de la vida. Amante del vino, de los coches caros y de los hombres, exprimía sus días con la avidez y el gran sentido del humor de quien conoce la tristeza y la miseria».

Tebas Land

«Es una de las funciones que más me han emocionado en los últimos meses», escribí hace apenas un mes a propósito de esta función, escrita por el uruguayo Sergio Blanco -del que anteriormente no había oído hablar-, adaptada y dirigida por Natalia Menéndez e interpretada por Israel Elejalde y Pablo Espinosa, los tres con un trabajo excepcional. Un texto inteligentísimo, bordado con precisas costuras, afilado y sutil, minucioso y detallista. «"Tebas Land" -escribí- narra el encuentro entre un dramaturgo y un parricida en la cárcel donde cumple condena por el asesinato de su padre, cuya historia quiere llevar al teatro el primero. También aparece en la función el actor que encarna en escena al criminal. Es un relato apasionante, escrito con tanta sinceridad como llaneza, extremadamente inteligente y lleno de referencias literarias -del mito de Edipo hasta "Los hermanos Karamazov"- que se deslizan con naturalidad en el texto».

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