Mis 10+2 montajes del año 2016

Confecciono, un año más, la lista de mis diez montajes del año. Es una lista tramposa, no solo porque haya añadido dos de clavo -fuera de concurso, podría decirse, y si llegáis al final sabréis por qué-, sino porque la he hecho más de una vez. Quitaba una función y la sustituía por otra, volvía a ponerla porque ¿cómo no iba a estar? Pero entonces me daba cuenta de que había una tercera que no había incluido, y eso era inadmisible. Hasta que, finalmente, la he dejado así. Leí el otro día a Marcos Ordóñez que al elaborar la lista de lo que más le había gustado del año le salían 45 espectáculos. No llego yo a esa cifra, pero insisto en que me ha costado muchos sudores (y alguna que otra lágrima; sangre, afortunadamente no) dejar fuera de la lista varios montajes extraordinarios que quiero citar expresamente aquí: «La mentira», «Sueño de una noche de verano», «Todo el tiempo del mundo», «Idiota», «Muñeca de porcelana», «Tierra del fuego», «La estupidez», «La cocina» y «El test». Las diez que han quedado lo han hecho, indiscutiblemente, creo yo, por su calidad, y especialmente porque me tocaron el corazón de una manera singular.

Cartas de amor

He oído muchas veces -y estoy de acuerdo- en que el teatro debe coger al espectador por la solapa y sacudirle. Pero, y especialmente en este mundo tan crispado como el que nos rodea, me gusta también recibir una caricia y un abrazo desde el escenario. Y eso es lo que proporciona «Cartas de amor», una pieza del estadounidense A. R. Gurney, adaptada y dirigida por David Serrano, e interpretada por Julia Gutiérrez Caba y Miguel Rellán. Un espectáculo hermoso, dije de él en su día. De ella, una actriz con mayúsculas, escribí: «No se puede decir el texto con mayor justeza, con mayor elegancia, con mayor colorido. Muchos actores jóvenes (sí, esos en los que estáis pensando) se tendrían que pasar por el Canal para aprender cómo se dice un texto con la dosis justa de naturalidad y teatralidad». Una delicia de función.

El padre

Comparte con «Cartas de amor» ser una función que apunta al corazón; «El padre» -escrita por Florian Zeller, uno de los autores de moda en el teatro europeo-; pero si aquella es una caricia, ésta supone un escalofrío. Cuenta la conmovedora y terrible historia de un anciano enfermo de alzheimer y su implacable y atroz deterioro; lo hace con humor y ternura, salpicados estos por ráfagas de tragedia. Y, al igual que «Cartas de amor», un actor gigantesco se adueña de la función. Héctor Alterio (a quien acompañan en escena Ana Labordeta, Luis Rallo, Miguel Hermoso, Zaira Montes y María González, bajo la sutil e inteligente dirección de José Carlos Plaza) dicta una lección de humanidad; su interpretación es emocionantemente contenida, magnética... Sencillamente imponente.

El perro del hortelano

La Compañía Nacional de Teatro Clásico se encuentra en buenas manos. Helena Pimenta ha encontrado un camino perfecto para presentar a los espectadores de nuestros días textos que fueron escritos para el público de hace cuatro siglos. Tienen todavía mucho que decir, y por eso han resistido el paso del tiempo, pero hay que bruñirlos para que recuperen su brillo inicial. Y no solo a los textos; hay que adecuar las puestas en escena de modo que, sin originalidades (dicho sea en la peor de sus acepciones) no tengan olor a rancio. Y Helena Pimenta lo consigue año tras año, especialmente con las producciones que dirige, pero también con una programación acertada. Esta temporada se ha abierto con un montaje modélico de «El perro del hortelano», uno de los grandes textos de Lope de Vega, En él ha contado únicamente con actores de la casa para los papeles protagonistas -Marta Poveda y Rafa Castejón- y no le han defraudado; es más, sus interpretaciones son brillantes, como las del resto del reparto. Escribí tras el estreno: «Helena Pimenta lleva la batuta con firmeza: el tempo y la temperatura de la comedia son los justos, lo mismo que el equilibrio y los planos. Hay momentos especialmente bellos [...] y la función está salpicada de detalles. 

Hamlet

De la temporada pasada (volverá a escena dentro de unas semanas, para los que no la vieron) es este «Hamlet» incluido también en la programación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en la que Shakespeare se colaba por vez primera. Helena Pimenta le encargó la dirección a Miguel del Arco, uno de los primerísimos espadas de nuestra escena actual, y que en las últimas temporadas ocupa los primeros puestos del escalafón teatral. Su visión de la puesta en escena de los clásicos, a la vista de este «Hamlet», es diametralmente opuesta, me atrevería a decir, de la de la directora vasca. Y sin embargo es igual de fascinante y de eficaz. Del Arco lleva «Hamlet» a la mente de su protagonista, destila el texto para extraer de él sus perfiles más psicológios con un montaje «sencillo» y apoyado en la prodigiosa interpretación que hace Israel Elejalde del príncipe danés, al que presenta más maquiavélico de lo habitual, menos atormentado y más maquinador. Un Hamlet, y vuelvo a emplear el término, gigantesco. 


Historias de Usera

Hay funciones que antes de levantar el telón ya cuentan con el aplauso de los espectadores. Por distintas razones. «Historias de Usera» era un montaje creado para despedir una sala que a pesar de su corta vida (seis años) se convirtió en referente, por su buen hacer, de la escena madrileña. Con esta postrera producción se rendía homenaje al barrio en el que estaba alojada, Usera, protagonista activo de la andadura de la sala. Pero no solo mereció el aplauso antes de levantar el telón, sino que se ganó la ovación unánime del público. Escribí cuando la vi: «"Historias de Usera" es una joya labrada con cariño de orfebre por todos los que la han creado y la han puesto en pie, y que se nutre de una energía muy especial, que inspira y respira al tiempo, y que crea una singular, y fecunda, comunión con los espectadores. No es, me parece a mí, una cuestión menor esta corriente emocional en el desarrollo de la función. Fernando Sánchez-Cabezudo ha creado un espectáculo tierno, divertido, cercano y profundo a la vez, a partir de un puñado de historias escritas por autores de tanto talento como Alfredo Sanzol, Miguel del Arco, Denise Despeyroux, José Padilla, Alberto Olmos y Alberto Sánchez-Cabezudo, además de los vecinos del taller de escritura creativa José Hierro». 


Incendios

No me cabe ninguna duda de que «Incendios», el montaje dirigido por Mario Gas sobre el texto de Wajdi Mouawad, escritor canadiense de origen libanés, permanecerá en la memoria colectiva durante décadas y se recordará como uno de los grandes acontecimientos del teatro español del siglo XXI. Por muchas razones: su deslumbrante texto, su emocionante dirección, la magistral interpretación de Nuria Espert... Poco más tengo que añadir a lo que escribí tras el estreno: «Sobrecogedora, turbadora, conmovedora, emocionante, pavorosa, escalofriante... Pero también hermosa, poética, alentadora, luminosa, esperanzadora... Son adjetivos que se le puede aplicar a «Incendios», la obra de Wajdi Mouawad que se presenta estos días en el Teatro de La Abadía, dirigida por Mario Gas. Pocos textos tienen el poder hipnótico que tiene "Incendios". Pocos textos poseen la capacidad de quemar y acariciar al mismo tiempo al espectador, de turbarle y abrazarle. Pocos textos son tan poderosos. Mouawad escribe y esas letras se clavan en la piel y el corazón del público, al que deja temblando -incluso literalmente- de emoción».

Penal de Ocaña

Éste es otro de los montajes que me hicieron salir del teatro feliz (la felicidad es, dice la RAE, un estado de grata satisfacción espiritual y física). Y así me sentía después de ver una historia sencilla de una mujer sencilla contada de una manera sencilla. Y podría sustituirse la palabra sencilla por la palabra hermosa. Con una actriz, Eva Rufo, que es un auténtico regalo para cualquier espectador. Esto escribí después de ver la función en el teatro de La Abadía: «De un texto que trata de arrojar luz sobre la oscuridad, optimista y esperanzado, que descubre a una mujer fundamentalmente buena, Ana Zamora dibuja un espectáculo primoroso, armonioso, de latido constante y cargado de puntillistas pinceladas precisas y diamantinas. Sin más aderezos que una maleta y un piano que interpreta, esmeradamente, Isabel Zamora, avanza por la historia con pasos cuidadosos, y la convierte en una sinfonía donde se alternan hábilmente los adagios y los allegroContribuye a ello la emocionante interpretación de Eva Rufo, una actriz de porcelana, siempre elegante y distinguida, de palabra diáfana y gesto cristalino. El suyo es un viaje radiante, contagioso, luminoso, que contribuye -y cómo- a hacer de "Penal de Ocaña" una auténtica joya».

Ragazzo

Viene este montaje a esta parcial, personal, arbitraria y discutible lista por dos razones: en primer lugar, y sobre todo, por su calidad intrínseca; y además porque en él quiero representar a los montajes pequeños, presentados en salas pequeñas o ínfimas, que exhiben tanta calidad como valentía entusiasmo -y pienso especialmente en un «Equus» que vi en la sala Arte & Desmayo-, y que no permiten que la falta de medios les prive de su capacidad de emoción y de contagio. «Ragazzo» es una obra política. Cuenta la historia de Carlo Giuliani, que murió a manos de la Policía durante las manifestaciones ocurridas en 2001 en Génova, donde se celebraba la reunión del G8. Es una obra valiente, descarnada, con argumentos un tanto populistas que no siempre me convencieron. Pero es una soberbia pieza de teatro, gracias a la dirección de Lali Álvarez Garriga (también su autora) y especialmente al portentoso y sobrehumano trabajo de su protagonista, Oriol Pla. El actor, solo sobre la escena, despliega una inmensa paleta de recursos y emociones, y consigue que el espectador viaje con su personaje por sus últimas horas. El convincente y emocionante trabajo de Pla es suficiente para que «Ragazzo» esté entre mis montajes del año.  

Reina Juana

Le tengo un inmenso cariño, además de profunda admiración, a Concha Velasco, una de las personalidades más destacadas de la escena española (y en ella englobo al cine y la televisión, además de al teatro) en las últimas décadas. Y admiro su tesón, su inquietud y su afán por ponerse retos y huir de su zona de comfort (como se dice ahora). Tuve el honor de formar parte del jurado que le concedió hace un mes el premio Nacional de Teatro, y coincidimos todos al otorgárselo en querer destacar que lo hacíamos por la calidad y la valentía de sus últimos trabajos y no por el conjunto de su carrera. Una Reina, Juana la Loca, es por ahora el último personaje que ha encarnado Concha Velasco, Escribí en su día: «mi admiración por ella comienza con el hecho de que decida subirse a un escenario, con 76 años, para entregarse en cuerpo y alma a un personaje como el de Juana de Castilla, ponerse en manos de un director, en este caso Gerardo Vera, y seguir sus directrices con el entusiasmo y la fe ciega de una debutante». Y es que «Reina Juana», un monólogo primorosamente escrito por Ernesto Caballero y soberbiamente dirigido por Gerardo Vera, es un trabajo exigente, empinado, que revela la categoría de Concha Velasco como actriz y como mujer de teatro; que no siempre es lo mismo

La respiración

Un estreno de Alfredo Sanzol es siempre un acontecimiento. Pocas voces hay en nuestro teatro con su sagacidad, su listeza y su finura en el humor. «La respiración», estrenada en el teatro de La Abadía, es un desahogo del dramaturgo, un texto con el que, según confesión propia, trataba de echar un bálsamo sobre sus heridas vitales. Se trata, y así lo decía el autor sin complejos, de una «comedia romántica», pero no hay que confundirlo con «comedia ñoña». ¡Qué va! Es una pieza que se va agarrando como hiedra al corazón del espectador gracias a su historia, tierna y fantástica -Sanzol juega en todas sus obras maravillosamente con la fantasía-, y a sus personajes cercanos, amables (es decir, dignos de ser amados) y poseedores de una convincente humanidad. Con mención especial para una espléndida Nuria Mencía, a quien acompañan Gloria Muñoz (sustituida posteriormente en la gira por Verónica Forqué), Pau Durá, Pietro Olivera, Camila Viyuela y Martiño Rivas.  

A esta decena quiero añadir dos montajes más que, por razones muy distintas, han significado mucho para mí este años. Estos son:


Yerma

Cuando terminó la representación de «Yerma» -una reescritura de Simon Stone de la obra de Lorca que vi en el Young Vic de Londres-, salí del teatro agitadísimo y excitadísimo, como no recordaba haber salido desde que vi por vez primera «El rey león». Stone, que firma el texto y la dirección ha creado un espectáculo magnético, absolutamente estremecedor. Ha tomado como falsilla la tragedia lorquiana para crear una tragedia contemporánea, la historia de una mujer cuya vida se va destruyendo paulatinamente a raíz de su frustración por su infecundidad. Y todo ello con la poesía de Lorca perfumando el montaje y una actriz, Billie Piper, completamente sobrecogedora. Estas fueron mis palabras en su día: «Su Yerma vive en nuestros días. Y la envuelve Stone en un espectáculo, repito la palabra, hipnótico. La poesía de Lorca no se posa en el texto, pero sí encuentra el camino el director de trasladárnosla a través de la escenografía, de las imágenes, de los sonidos, de las atmósferas. El escenario, con el público situado a dos bandas (como la «Bernarda» que dirigió Lluís Pasqual; no me extrañaría que Stone la hubiera visto), está cerrado por paredes de cristal. La sensación de voyeurismo entre los espectadores se acrecienta, pero también ayuda a asfixiar a los personajes, a que la tragedia tenga un grado más de agobio».  


Addio del passato

El año 2016 estará marcado para mí por el estreno en La pensión de las pulgas de «Addio del passato», mi primer texto largo que sube a escena. Evidentemente, no voy a hablar de la obra ni tampoco de la puesta en escena que dirigió Blanca Oteyza (no puedo, ni lo pretendo, distanciarme de él para expresar una opinión exenta de amor). Pero sí de la felicidad que me ha supuesto compartir con el público esta historia que me ronda desde hace muchos años (está basada en la ópera «La traviata»), escuchar sus comentarios positivos y, sobre todo, encontrarme con todo el equipo que lo ha puesto en pie: la propia Blanca Oteyza, en primer lugar; su ayudante de dirección, Ruth Rubio; los creadores del vestuario y del espacio escénico, Pier Paolo Álvaro y Roger Portal; los fotógrafos Carmina Prieto y Ángel de Antonio; Josi Cortés, que nos ayudó con la prensa; mi amiga Mariana Gyalui, productora; mi sobrino Pablo, siempre presente; y, muy especialmente, los actores -Lola Baldrich, Noemí Rodríguez, Orencio Ortega, Fran Calvo, José Emilio Vera y Carolina Herrera-, que han dado vida a unos personajes que sin ellos no son sino papel mojado. A todos, de nuevo, gracias por hacer de «Addio del passato» un viaje maravilloso... Que no ha hecho más que empezar. 
  




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