Pablo Martínez Bravo


Os lo advierto desde ya, para que nadie se lleve una sorpresa. Esta es una entrada completamente apasionada y llena de subjetividad. Quiero mucho al chico que aparece en la foto (y espero que me perdone si le llamo chico); es, por si no lo sabéis, Pablo Martínez Bravo, mi sobrino (lo más cercano a un hijo que tengo).

Manaña es un día muy importante para él desde el punto de vista profesional. En el marco del Frinje, se va a estrenar como director de escena, con una obra escrita para él por su amigo Carlos Be -que, además, es un magnífico dramaturgo-, titulada «Añicos»: un desazonador drama sobre una familia que trata de superar una tragedia. Es un texto incómodo, erizado, que escuece al espectador por el dolor desesperanzado que transmite. Es, también, una pieza difícil de dirigir, y espero y deseo que Pablo esté a la altura de este difícil reto: será para eso imprescindible la ayuda de los cuatro actores que interpretan la obra: Raquel Pérez, Sara Moraleda, David González y Carlos López. No lo ha pasado bien durante el período de ensayos (no podía ser de otra manera, la primera vez nunca es fácil), pero espero que mañana y el viernes pueda disfrutarlo un poco al menos.

Como comprenderéis, me siento tremendamente orgulloso de Pablo, muy feliz de que haya conseguido esta oportunidad tan pronto -tiene tan solo 22 años-, satisfecho al saber que hay mucha gente que se alegra también, y más aún al saber que son también muchos los que le apoyan y están a su lado en estos momentos. Mi aliento no tiene mérito; ya os he dicho que le quiero como a un hijo, pero todo lo demás se lo ha ganado él con sus virtudes, que yo no voy a enumerar aquí porque, también os lo he dicho, este es un texto absolutamente apasionado.

La primera vez que Pablo pisó un teatro lo hizo de mi mano. No recuerdo cuántos años tenía pero, si la memoria no me falla, fue el musical «Peter Pan». Luego vinieron muchas más funciones; primero musicales, luego todo tipo de obras: le habréis visto a menudo conmigo en los teatros. Con el tiempo ha ido desarrollando una irreflexiva y contagiosa pasión por el teatro que le hizo apuntarse a un curso con Pablo Messiez (un maravilloso autor y director). Este curso (que, de rebote, hicimos toda su familia, tal era el entusiasmo con que nos contaba su experiencia) le permitió conocer a Juan Mairena, que le ofreció ser ayudante de dirección en «Cerda», una obra escrita y dirigida por él mismo, y montar además (con el único aval de su fogosidad) los bailes de la función. Después de «Cerda» -los que no la hayais visto tenéis a partir de septiembre una nueva oportunidad de hacerlo en el Teatro Alfil-. Vinieron después «Dorian» y «Locuras cotidianas», de Carlos Be; «Cliff (Acantilado)», de Alberto Conejero; «El estanque de los mártires», de Zoilo Carrillo; «Iván-Off», la versión del clásico de Chéjov firmada por José Martret; y su trabajo como asistente de dirección en «Pingüinas», de Fernando Arrabal, a las órdenes de Juan Carlos Pérez de la Fuente.

No puedo dejar de sentirme en cierta manera responsable de la vocación teatral de Pablo. Si existe el veneno del teatro (y yo creo firmemente en él) fui yo quien se lo dio a beber. No es un mundo sencillo, pero es el que ha elegido y yo estaré a su lado mientras me deje y pueda. Mañana le deseo que se rompa una pierna y toneladas de mierda. Estaré, como no podía ser de otra manera, con él en Matadero, del mismo modo que estaré con él siempre, vaya donde vaya. Te quiero, Pablo, me siento enormemente orgulloso de ti y sé que mañana, al terminar la función, me sentiré todavía más orgulloso de ti.

Comentarios

  1. En mi país no se le puede decir "que te vaya bien" a un actor, porque entonces seguramente le irá mal. Para que le vaya bien, hay que decir "Hals- und Beinbruch" (que te rompas el cuello y las dos piernas). Eso digo ahora a su sobrino: Hals- und Beinbruch, Pablo!

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