«El pimiento verdi», de Albert Boadella

 

Albert Boadella es un gran coñón (una persona burlona o bromista, según la RAE). Dotado de un notable ingenio y gran sentido del humor, se encuentra cómodo en ese papel (imagino que habrá en él una parte de personaje) de hombre políticamente incorrecto, provocador y casi siempre a contracorriente, que dice lo que piensa sin importarle nada y que se ríe de casi todo. Su teatro, por tanto, es un teatro zumbón, divertido y hasta cierto punto iconoclasta. Lo demostró con «Ensayando a Don Juan», en el que a través de uno de los mitos de la literatura española criticaba ciertas actitudes «intelectualoides». Y lo demuestra en «El pimiento verdi», un espectáculo que estrenó hace un par de años en los teatros del Canal y que se repone ahora en ese mismo escenario.

Cuesta creer que entre los aficionados a la ópera haya partidarios furibundos, del mismo modo que los hay en los toros o en el fútbol: pero los hubo, igual que en el teatro. En los años cincuenta, el público de La Scala de Milán se dividía en partidarios de La Callas y partidarios de La Tebaldi, y unos de otros trataban de hacerle la vida imposible a la diva contraria cada vez que aparecía en escena. En la Barcelona de finales del siglo XIX nació un destacado movimiento wagneriano, y cuenta Boadella que su padre, verdiano convencido, iba con sus amigos a boicotear las óperas de Wagner que se representaban en el Liceo. 

Precisamente la rivalidad entre verdianos y wagnerianos le sirve a Boadella para servir un espectáculo juguetón y desenfadado con la ópera (y más concretamente, con dos de sus pilares: Giuseppe Verdi y Richard Wagner) como telón de fondo. «El pimiento verdi» es el nombre del restaurante en el que sitúa la acción (Boadella se inspiró en otro restaurante, «El pimiento verde», con cuatro locales en Madrid); su dueño, gran aficionado a la ópera y la zarzuela, organiza un homenaje a Verdi e invita a dos cantantes, clientes habituales, a que amenicen la cena con varias arias, lo que no es del agrado de otros dos comensales, que desprecian las «melodías populacheras» del compositor italiano y reclaman un homenaje similar para Richard Wagner. 

Con parte del público dispuesto en mesas en el propio escenario o en las primeras filas (una novedad de esta reposición), Boadella dibuja un espectáculo jocoso y ligero, que busca de manera directa la risa del público a través de chistes, situaciones y personajes, especialmente un camarero (el magnífico Jesús Agelet, uno de los miembros más antiguos de Els Joglars): lo sazona con fragmentos de óperas y de zarzuela, y no se recata en mostrar o caricaturizar tópicos del demasiado severo mundo de la ópera, y en el duelo es precisamente Wagner quien sale peor parado. Vierte sin embargo Boadella pequeñas cargas de profundidad, opiniones sobre el papel del arte en la sociedad o sobre el antisemitismo de Richard Wagner y la influencia de su música y sus ideas en el nazismo),

Los siete intérpretes se entregan sin reparos ni complejos y con generosidad al juego que les propone Boadella. Se divierten y divierten así al público, dejando en un segundo plano el aspecto musical que, sin embargo, no sale mal parado, especialmente en las voces de María Rey-Joly y Antoni Comas, magníficos también como actores, y que junto a los también notables Elvira Sánchez y José Manuel Zapata interpretan a las dos parejas de cantantes que esgrimen los floretes verdiano y wagneriano en «El pimiento verdi», que podría calificarse de «juguete cómico-musical».  


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