Daniel Muriel y Steve Jobs

Siento admiración por Daniel Muriel desde hace mucho tiempo; concretamente, desde que lo vi interpretando a uno de los criados (un papel totalmente anecdótico, prácticamente de comparsa) en La cena, que dirigió e interpretó Josep Maria Flotats junto a Carmelo Gómez. Daniel Muriel, por aquel entonces, gozaba de cierta popularidad, ya que era uno de los actores que componían aquellas escenas de matrimonio creadas por José Luis Moreno para uno de sus programas televisivos. Económicamente, supongo, aquellas apariciones televisivas debían de mucho más sustanciosas que su papel secundario junto a Flotats. Pero a cambio imagino que le debía dar bastantes más satisfacciones artísticas. Así que rebajarse como lo hacía por estar al lado de uno de las más importantes figuras de nuestro teatro (con quien repetiría más tarde, con un papel ya protagonista, en La mecedora) me hacia tenerle mucho respeto.

Daniel Muriel lleva unos meses (ahora en el teatro Maravillas) a bordo de un monólogo titulado Agonía y extasis de Steve Jobs, una pieza que escribió y estrenó el actor estadounidense Mike Daisey pocos meses antes de la muerte del fundador de Apple, y narrada en primera persona. Es un texto corrosivo, sibilinamente construido para abrir paulatinamente los oídos de los espectadores hasta ponerles sobre la mesa una terrible realidad relacionada con la fabricación de los productos Apple (en realidad, con todas las empresas) y lanzar una crítica tan feroz como soterrada. Es un monólogo inteligente, efectivo, divertido -la versión es de David Serrano, también el director de la función- y teatral -no como los puntocom y variedades-, que deja a más de un espectador con la boca abierta y con una extraña sensación; nunca podrá mirar del mismo modo a su teléfono móvil o a su ordenador.

Al margen del texto, impresiona también el trabajo de Daniel Muriel. David Serrano ha creado un espectáculo enormemente dinámico, tan sencillo como fresco y comunicativo, y ha encontrado en el actor un vehículo perfecto para lograr el efecto deseado. Muriel interpreta el monólogo con la precisión de un relojero; hay en la puesta en escena mucho de coreografía, y eso obliga al actor a realizar (está solo en escena, lo recuerdo) un esfuerzo de constante movimiento. Es el suyo un trabajo elaborado, estudiado, pensado, con muchísimos guiños al espectador para hacer más asequible y cercana la historia que cuenta el propio Daisey. Y en todos ellos responde Muriel con una extraordinaria eficacia y un magnífico talento. Altamente recomendable.

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