Shirley Valentine y buen teatro en Madrid

Tengo trabajo atrasado, porque en los últimos diez días no he parado y he podido ver varias obras de teatro, y mi idea es reunirlas en varias entradas. Son espectáculos que demuestran que a pesar de todas las dificultades (y son cada vez mayores) el teatro español goza de muy buena salud, por lo menos en lo creativo. Y eso me parece lo verdaderamente importante. El teatro, la escena, no es solo un mero entretenimiento, como el ministro Wert dijo, irreflexivamente supongo, sino que juega un papel fundamental (el buen teatro, claro) como el cine (el buen cine), el arte (el arte de cálidad), y la literatura (la buena literatura, claro). Otra cosa es que el teatro se transmita a través de los sentidos tanto como a través del intelecto, y necesite como condición indispensable -me lo dijo una vez el añorado Juan Luis Galiardo- entretener al público. Pero eso no lo convierte en un arte intrascendente. Repito: cuando es bueno, y lo puede ser de muchas maneras.

La salud de la escena española, repito, es excelente desde el punto de vista creativo. Y lo mismo en cuanto a la calidad de las propuestas y el cuidado con que se presentan. Lo que he visto así lo demuestra: Shirley Valentine, Orquesta de señoritas, ¿Quién teme a Virginia Woolf?, La vida es sueño,  Babel, y las propuestas de Microteatro por dinero en colaboración con el canal de televisión Calle 13. 

Shirley Valentine es un monólogo -¡qué devaluada está esta palabra por su aplicación a los stand up y similares! No es el caso- escrito por Willy Russell hace más de veinticinco años, y que ha dirigido en Madrid Manuel Iborra. Su protagonista es un ama de casa cuarentona de Liverpool que nos narra una vida monótona, aburrida y sobre todo ingrata, que cambia el día en que una amiga le propone viajar a Grecia. La obra lleva ya unos meses de gira por España, y varias semanas en el Maravillas de Madrid, donde un día sí y otro también cuelga el cartel de No hay billetes. ¿Por qué? Nunca se sabe por qué una función conecta con el público, pero buena parte del éxito de la función corresponde a Verónica Forqué, que se mete en la piel de esta mujer y consigue conquistar a los espectadores; su Shirley es divertida, ingeniosa, tierna, inocente, buena... Sobrelleva su existencia con resignación, con alegría incluso, su amargura es dulce, pero sabe en un momento dado romper y, después de muchos años viviendo para los demás, ser la protagonista de su propia vida. Verónica Forqué dibuja todos estos matices con un pincel suave. Su hablar revela el origen humilde de su personaje, el deseo de una nueva vida está en su mirada, y su luminoso optimismo llena la escena y se posa en el patio de butacas. Una interpretación magnífica.

Y dejo para futuras entradas el resto de las funciones, que me hacen seguir siendo optimista a pesar del 21 por ciento. Es un porcentaje muy pequeño comparado con el talento de nuestra gente del teatro.

Comentarios

  1. Yo ví el año pasado "Shirley Valentine" y me encantó. La Forqué está absolutamente brillante y el texto es una delicia.

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