José Carlos Martínez

No tengo excusa (así que no la daré) para haber tenido desatendido el blog durante más de un mes. No hay otra razón que cierta pereza por mi parte. Así que pido disculpas a todos los que lo seguís, y prometo no volver a dejar pasar tanto tiempo.
Tengo varios espectáculos por comentar, como «La mecedora» o «Drácula», así como de personajes como Luis Merlo o Alberto Iglesias, pero quiero hablar primero (lo siento, Pablo) del debut de José Carlos Martínez como director de la Compañía Nacional de Danza. Ya dije en su día que aplaudía totalmente su elección para sustituir a Nacho Duato cuya etapa al frente del conjunto, talento y logros al margen, había tocado ya a su fin. Convenía abrir las ventanas y airear un poco. José Carlos tiene tanta altura física (y artística) como discreción. Hace años pude compartir con él el escenario y le vi trabajar de cerca; era ya étoile en la Ópera de París y vino a Madrid para bailar, de forma desinteresada, en un «Cascanueces» semiprofesional. No hubo en él ni un solo gesto de superioridad, y actuó con una disciplina y educación envidiables.
Cuando se le nombró, mucha gente del mundo de la danza esperaba que encabezara una revolución en la Compañía Nacional de Danza, y que empezara a montar «El lago de los cisnes», «Giselle» o «La bella durmiente». A esos, probablemente, habrá decepcionado su primer programa en el teatro de la Zarzuela, presentado tan solo cuatro meses después de ponerse a trabajar. Muy poco tiempo para llevar a cabo una revolución; en realidad, en el mundo de la danza, muy poco tiempo para cualquier cosa. Pero ni el proyecto de José Carlos ni sus planes van por ese camino. Su idea, como ha repetido en los días previos al estreno, es ampliar horizontes y lograr una compañía más dúctil y flexible que pueda abordar con garantías de calidad el mayor número posible de estilos.      
Titulé mi crítica en ABC «Prudencia y variedad». Para mí, la prudencia es una virtud, y por eso quiero aplaudir la actitud de José Carlos Martínez; algunos le han calificado de timorato y continuista, pero creo que es injusto. El fuego lento es siempre mejor que el microondas, y no se puede hacer una paella sin arroz, y permitidme los símiles gastronómicos. Creo, sinceramente, que la Compañía Nacional de Danza está en muy buenas manos, que vamos a poder seguir gonzando con ella (como hicimos casi siempre durante la etapa de Duato); lo deseo como aficionado y como crítico

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