Un musical para la historia

Se ha editado ya el programa de lujo de la producción española de Los miserables, con un texto mío. Aquí os lo dejo y espero que os guste:

Es difícil poner en cuestión un musical que sigue en cartel en Londres veinticinco años después de su estreno; una obra que han visto cincuenta y cinco millones de personas en cerca de trescientas ciudades de más de cuarenta países, que ha sido traducida a una veintena de idiomas, que ha recibido más de setenta premios en los cinco continentes… Cómo discutir las virtudes de una obra que despierta tanta pasión y que genera emociones difícilmente comparables a las que provocan otras piezas teatrales; que es ya, por derecho propio, una página destacada de la historia de la escena. No en vano es el musical que mayor tiempo ha permanecido en cartel, lo que los anglosajones llaman the longest running show.

Para explicar el éxito universal de Los Miserables hay que comenzar por su historia. Víctor Hugo escribió entre 1845 y 1861 la novela que ha inspirado este musical. Desde su publicación es uno de los textos más estudiados y leídos de la literatura universal. Baudelaire se refirió a ella como la “Leyenda del siglo XIX”. El libro, influido por el estilo folletinesco tan popular en aquella época, cuenta la historia de Jean Valjean, un hombre que ha tenido que cumplir una condena de casi veinte años por robar un pedazo de pan, y que busca huir de su pasado bajo una nueva identidad; pero al río de este relato afluyen otras muchas historias, que reflejan un convulso momento de la Historia y en la que encuentran voz esos miserables cuyo mayor objetivo en la vida es, únicamente, sobrevivir. Valjean, Javert, Fantine, Eponine, Cosette, los Thénardier, Marius, Enjolras, los principales personajes de esta novela, son hijos de una Francia –de un mundo– en transformación… Víctor Hugo escribió una historia conmovedora, sinuosa y emocionante, que Alain Boublil, autor del libreto del musical (junto con Herbert Kretzmer, su colaborador en la versión inglesa), supo condensar. El tuétano de ese fascinante relato –casi 1.800 páginas tiene la edición de bolsillo de la traducción española– está en el trabajo de Boublil, elaborado a lo largo de casi dos años, y donde Valjean y Javert se alzan como los dos grandes antagonistas. Son, en el fondo, las dos caras de una misma moneda. Aquél tratando de enterrar un pasado que le persigue; el segundo, un policía con un estricto sentido del deber y de la justicia, haciendo de la persecución de Valjean el motor de su vida.

El compañero de viaje de Alain Boublil es el compositor Claude-Michel Schönberg. Suyo es el mérito de haber escrito una partitura que reúne emoción e inspiración, donde lo épico y lo lírico encuentran su momento, poseedora de canciones de gran belleza melódica y coros y concertantes tan heroicos como vibrantes. Los Miserables es, en muchos sentidos, una ópera contemporánea, como lo es también Sweeney Todd, de Stephen Sondheim. Su tratamiento musical, su estructura, no son los de una comedia musical, sino que busca ir un paso más allá a través de elementos y formas “clásicas” como recitativos, coros, concertantes, arias… Todo es música en Los Miserables; una música, por otro lado, directa, apoyada en un puñado de melodías que se van abrazando a la acción de un modo u otro para dibujar y subrayar el clima dramático de cada momento. Son muchos y muy distintos, por otro lado, los cantantes que han incluido en sus discos y en su repertorio fragmentos de este musical: desde Barbra Streisand a Debbie Gibson, pasando por los intérpretes de ópera Thomas Hampson y Bryn Terfel; y, claro, ese fenómeno televisivo llamado Susan Boyle, que hizo de la canción “I dreamed a dream” (traducida en esta versión española como “Soñé una vida”) un auténtico hit internacional hace un par de años.

Pero si alguien puede presumir de haber convertido Los Miserables en lo que es hoy, un histórico fenómeno teatral, ese es Cameron Mackintosh, su productor. A finales de 1982, un director húngaro le llevó el disco del espectáculo que Boublil y Schönberg habían montado en el Palais des Sports de París dos años antes. “Después de la cuarta canción ya estaba salvajemente excitado”, ha confesado Mackintosh, que puso en ese momento en marcha la maquinaria necesaria para convertir Los Miserables en un gran espectáculo musical. En el pasado mes de septiembre, cuando vino a Madrid para presentar al reparto de la producción española, Cameron Mackintosh me decía en una entrevista que publiqué en ABC: “Yo soy la comadrona que atiende el parto. Hasta que la obra no ha nacido perfectamente no se entrega al director. Todo tiene que estar escrito ya; y entonces comienza el trabajo del director, del coreógrafo, del escenógrafo, del iluminador, del figurinista… Me gusta ver hasta la última tela del vestuario. Pero todo en beneficio de la producción: los egos individuales no tienen sitio. Soy el único que conoce todos los elementos, el que hace malabares con cinco bolas y al tiempo hace girar los platos, y el que debe cuidar que el espectáculo sea lo mejor posible, aunque haya que cambiarlo una y otra vez».

Hace unos meses, Cameron Mackintosh desempolvó su chistera y sacó un nuevo conejo de ella. Para celebrar el vigésimo quinto aniversario de Los Miserables, ideó una nueva producción. Nuevas orquestaciones, nueva escenografía, nueva dirección… Era, decía el productor, el mejor regalo de cumpleaños que podía ofrecerle a la “potente y eterna” creación de Boublil y Schönberg. Con esta nueva producción, que estuvo en Londres a teatro lleno durante dos meses, que triunfa en Madrid y que actualmente se encuentra también en gira por distintas ciudades de Estados Unidos, Cameron Mackintosh ha conseguido renovar el entusiasmo de miles de aficionados al teatro por una obra que les conquistó en su día, y al mismo tiempo ha logrado atraer a miles de nuevos espectadores, muchos de los cuales ya han ingresado en el numeroso “club de fans” de Los Miserables.
Y lo ha logrado con una producción donde la música suena abrillantada y luminosa, donde la escenografía –las proyecciones están inspiradas en los apenas conocidos dibujos del propio Víctor Hugo- mantiene la espectacularidad y el color ocre que requiere la historia, la gran protagonista del musical, y donde emoción sigue siendo la palabra que mejor define a este magnífico espectáculo.

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