Los miserables, historia del teatro

He escrito mucho estos días acerca de Los miserables, un espectáculo que, por muchas razones, tiene todas las trazas de ser el gran fenómeno teatral de esta temporada. El público parece que así lo ha decidido ya, porque según dijo Julia Gómez Cora, la directora de Stage Entertainment, en la rueda de prensa de presentación del musical, la preventa es la mejor que ha tenido cualquier otra producción -dos días antes del estreno, se habían vendido 35.000 entradas-; y no teneis más que echar un vistazo a facebook o twitter para comprobar la pasión con la que se habla de esta obra.

De mi opinión sobre la producción ya he dejado, como es mi deber, constancia escrita (http://www.abc.es/20101119/cultura/leyenda-musical-20101119.html), pero sí me gustaría, pasados un par de días, hacer alguna reflexión más. Vi en Londres hace algo más de mes y medio, como ya escribí en el blog, la nueva producción que Cameron Mackintosh creó para celebrar las bodas de plata de Los miserables. No es mejor que la española. Lo decía Víctor Conde, director residente del montaje, en la presentación, y es cierto: hay que tener en cuenta que son los propios creadores de la producción quienes han venido a Madrid para trabajar con los equipos técnico y artístico, y el cuidado con que se ha trabajado se refleja en el escenario (hay que esperar y desear que el nivel se mantenga en los próximos meses). Cameron Mackintosh ha estado más de una vez en Madrid durante las últimas semanas y su implicación en los ensayos ha sido total: yo mismo ví cómo, al terminar un pase de Sale el sol (One day more), se acercaba a Gerónimo Rauch para darle indicaciones sobre su actitud. "Estábamos trabajando la vejez del personaje -me contó el propio Gerónimo- desde una postura corporal, y él me ha dicho que Valjean no tiene que perder la firmeza". Y Claude-Michel Schönberg, que ya el día de la primera presentación del espectáculo trabajó con algunos intérpretes para decidir quién sería Marius, también quiso en las horas previas al estreno limar determinados matices musicales con el reparto español. Toda una prueba de lo mucho que les importa a productor y compositor la buena salud de esta obra.

Los miserables es una ópera contemporánea -como lo es, de un modo totalmente diferente, Sweeney Todd, de Stephen Sondheim-, y uno de esos títulos imprescindibles con todos los ingredientes necesarios para ir directamente al corazón de los espectadores. El día del estreno había en el patio de butacas del Lope de Vega más de un crítico de ópera, y un periodista que va de esnob por la vida se las daba de intelectual y decía a un compañero: "Aquí estamos, para ver un género menor"... Son muchos, naturalmente, los defectos que se le pueden encontrar a Los miserables: el primer acto es especialmente largo, hay en la partitura melodías "multiuso" que se utilizan para momentos dramáticamente muy diferentes... Y lo mismo que tiene seguidores incondicionales que no discuten ni una corchea, habrá a quien le resulte aburrida; un crítico teatral se refería a ella, cuando se presentó la primera versión española en septiembre de 1992, como un "digest" de la novela de Víctor Hugo. Pero el público (el dueño de la razón, la tenga o no) adora este musical. Y es indiscutible que Los miserables es, por derecho propio, historia del teatro internacional.

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