Blanca Portillo y Asier Etxeandía


Gotea, líquida y persistente, la música, y Blanca Portillo se abre paso en las gradas del teatro romano de Mérida. La mirada pávida, el andar encogido. "Mira, es Blanca Portillo", le dice un espectador a su mujer. "No, es Medea"... Su andar recelado le lleva al escenario, donde se va a representar -a vivir- la tragedia de uno de los mayores mitos de la historia del teatro.
Las grandes actrices llevan prendido en su adn a Medea. Antes o después se han de encontrar con esta mujer terrible, capaz de llevar su amor hasta el más pavoroso límite, el asesinato de sus hijos.
Blanca Portillo es ahora Medea. Le ha dado vida en el mejor escenario posible, el teatro romano de Mérida. "Es un lugar mágico -me decía hace unas semanas-, en el que se respira la energía de toda la gente maravillosa que ha pasado por él"... Blanca (junto a su Tomaz Pandur, en quien ha encontrado un excelente cómplice) hace historia con su Medea emocionante, caleidoscópica, que se agarra desde los primeros compases al corazón del espectador para no soltarle en toda la representación... Y más allá, porque su imagen fiera, frágil, temerosa, dulce, maternal, aterradora, vengativa, enamorada, despreciada, indomable, salvaje... permanece en la retina y en la piel varias horas después de concluida la función.
Blanca no se aprende los personajes, los devora, se cuela en sus vidas hasta hacer invisible la línea que los separa del actor. Fuera de escena, sus ojos miran curiosos, tímidos y a menudo sonrientes, y su voz navega en un mar calmo; siempre expresiva, siempre atenta...
No descubro a nadie que es una de las mejores actrices de nuestros días. Hoy, Medea se llama Blanca.

A Asier Exteandía le descubrimos todos como maestro de ceremonias en ese magnético "Cabaret" (el musical de Kander y Ebb) que ideara Sam Mendes. Su voz afilada, su presencia hipnótica, encontraron su lugar en la inteligente y conmovedora producción. De allí viajó hasta el mundo de Tomaz Pandur, con quien ha trabajado ya en cuatro montajes: "Inferno", "Barroco", "Hamlet" -donde su performance en el intermedio era tan punzante como seductora- y, ahora, "Medea". Su aparición, convertido en un blanco centauro, es deslumbrante, y su interpretación a lo largo del montaje -con apariencia equina o humana, según el momento- es sencillamente arrebatadora. Como un escalador aventajado, Asier sigue su ascenso constante, envuelve a sus personajes con su majestuosa presencia y los dota de una rara verdad; en su paleta hay sobre todo colores ocres, los de la tierra de la que parece extraer una inagotable y contagiosa energía.

Comentarios

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