La música en la danza


Consultando los repartos de la producción de «El lago de los cisnes» que estrena el Royal Ballet británico el próximo jueves -y que estará en el Teatro Real del 18 al 22 de julio-, me he encontrado que, en el resumen, se destaca a los dos principales protagonistas -Odette/Odile y el Príncipe Sigfrido- y a un tercer intérprete. No es Rothbart, ni ninguno de los dos cisnes. No, es el concertino de la orquesta, que en este ballet, efectivamente, tiene un papel fundamental.

En España estamos, por desgracia, muy poco acostumbrados en los últimos años a ver espectáculos de ballet con orquesta en directo en el foso (en realidad, estamos poco acostumbrados a ver espectáculos de ballet y punto, pero eso es harina de otro costal). También los de danza en general cuentan en muy escasas ocasiones con música en directo, pero es cierto que muchos no la necesitan, por el tipo de soporte sonoro, basado en grabaciones.

Para cualquier espectador -y no digamos para cualquier bailarín-, es motivo de alborozo encontrarse en el foso con una orquesta, especialmente en ballets con partituras tan bellas como «El lago de los cisnes», «La bella durmiente» o «Romeo y Julieta», por poner un ejemplo. Todos entendemos las penurias económicas y el enorme esfuerzo que para compañías llamémosles «medianas» supone poner un ballet (clásico o contemporáneo) en pie, y que hacerlo con el gasto que supone una orquesta es, directamente, un suicidio. Pero también es cierto que en ocasiones no se intenta ni siquiera el esfuerzo.

Otra cosa es que, a veces, el resultado artístico de una orquesta en directo no sea el adecuado. Recuerdo un festival de La Habana en el que asistí a varios «Lagos». En todas las funciones, invariablemente, un solista de la orquesta pifió su intervención. El público ya contenía la respiración antes de su intervención esperando el fallo, que inevitablemente llegó. Pero esto no es más que una anécdota. 

La falta de costumbre balletística en España -y me refiero a la programación de ballets- ha hecho que teatros como el Teatro Real o el Liceo de Barcelona prescindan de tener una compañía de ballet, como sí tienen el Covent Garden de Londres, la Ópera de París, la Ópera de Viena o el Colón de Buenos Aires. Ni siquiera tienen a una compañía asociada, como el Metropolitan de Nueva York tiene al American Ballet Theatre. Es cierto que el Real colabora asiduamente con la Compañía Nacional de Danza y, algo menos, el Ballet Nacional de España, pero la desatención de este teatro -y del Liceo- por la danza es notable. ¿Por qué no participa en ninguna producción con ninguna de estas compañías? ¿Por qué no se busca la «integración» de los espectáculos dentro de la línea ideológica que sí tiene la temporada de ópera? 

¿Qué tiene que ver esto con que el Royal Ballet destaque entre los solistas de «El lago de los cisnes» al concertino de su orquesta? Fundamentalmente, que le da al ballet idéntica categoría que a la ópera, y que ven a la orquesta como un elemento más de los espectáculos de danza. ¿Llegaremos algún día en España, un país notablemente dotado para este arte, a alcanzar este nivel? Ojalá, pero soy muy pesimista al respecto.

La fotografía es una imagen promocional de «El lago de los cisnes» del Royal Ballet.

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