Orquesta de señoritas, Babel, ¿Quién teme a Virginia Woolf?


Quería dedicarles una entrada a cada uno de estos montajes, pero no quiero dejar más tiempo sin hablar de ellos y tengo otros comentarios pendientes.
Hablo primero de «Orquesta de señoritas», una obra de Jean Anouilh dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente, que ha recogido la sugerencia del propio autor y ha conformado un reparto totalmente masculino (como hiciera en los setenta la compañía Los comediantes de San Telmo de Buenos Aires, con un notorio montaje). Pérez de la Fuente lo ha situado en nuestra posguerra, pero ha creado con la escenografía (compuesta por miles de botellas de plástico, lo que le da un aire entre brillante y fantasmagórico) un universo propio donde plumas y lentejuelas se exhiben entre los claroscuros creados por las candilejas. A ello se suma el deslumbrante y atrevido vestuario inspirado en Álvaro Retana, La orquesta de señoritas del título la forman seis mujeres músicas más un pianista, y a lo largo de la obra se desvelan sus miserias, sus vidas jironadas que tratan de esconder tras el falso esplendor de la orquesta. Pérez de la Fuente firma un espectáculo magnético y emocionante, salpicado de músicas de la época, y con unos actores entregados, donde destacan los trabajos de Víctor Ullate Roche, Juan Carlos Naya y Emilio Gavira.

«Babel», del australiano Andrew Bowell, es un texto formalmente muy interesante. Arranca con la historia de dos matrimonios que se engañan simultáneamente. A partir de ahí se van ovillando una serie de historias cruzadas que hacen ir y venir en el tiempo al espectador. El rompecabezas es enormemente complicado, como la partitura de un cuarteto de cuerda contemporáneo, de melodías quebradas y peligrosas armonías. Tamzin Townsend ha puesto en pie un montaje que busca subrayar la labor de los actores y se basa en ellos. El esfuerzo de los cuatro (Aitana Sánchez-Gijón, Pilar Castro, Pedro Casablanc y Jorge Bosch) es notable, y seguramente con el paso de las funciones el ritmo y la afinación hayan mejorado, pero mi sensación fue que muy pocas veces (y creo que es algo achacable al texto) conseguía asomarse la emoción. Vuelvo al símil musical, pero me ocurrió como tantas veces con partituras de música contemporánea, que las escucho y las disfruto con la cabeza, pero no con el corazón. Y eso crea distancia entre el escenario y el patio de butacas.

«¿Quién teme a Virginia Woolf?», por fin. La obra de Edward Albee -popularizada por el filme que protagonizaron Richard Burton y Liz Taylor- es un combate; sus tres actos son en realidad tres asaltos en los cuales George y Martha, el matrimonio protagonista, cruza los guantes con ironía, rencor, despecho y furor. Es una catarsis terrible que esconde muchos secretos, mucho amor y mucho silencio contenido. Junto a ellos, el matrimonio joven, que asiste al combate -e interviene en él- con estupor. Todo está roto o se va rompiendo en nuestras narices, en un agotador (por lo intenso) montaje dirigido con pulso por Daniel Veronese. El público asiste encogido a la pelea, a los gritos, al diálogo implacable. Carmen Machi y Pere Arquillué son dos pesos pesados de nuestra escena. La primera (y eso que yo creo que el de Martha no es un personaje que le siente bien) pone toda la carne en el asador, y se vacía en escena, como de costumbre; su trabajo para dar vida a una mujer frustrada y excesiva es fabuloso. Él brinda una interpretación magnífica, llena de matices y sabiduría, convincente y emocionante, punzante. Iván Benet y Mireia Aixalá, la pareja convidada de piedra -pero menos- está a la altura de sus compañeros.

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